En las profundidades de los océanos, asentada sobre el suelo marino, una extensa red de cables de fibra óptica es la responsable de que cada día puedan conectarse a internet 2 mil 700 millones de personas. El 97 por ciento del tráfico global de datos viaja por su interior. Basta un pequeño temblor marino para que alguno de estos cables se corte y paralice una región del mundo.
Así ocurrió en 2003, cuando un terremoto de magnitud 7 dañó cinco cables cercanos a la costa de Algeria, y dos años más tarde sucedió también en Taiwan. El gran terremoto que sufrió Japón en 2011 rompió seis sistemas de cables y, justo el año pasado, un sismo de magnitud 5.9 causó daños en la fibra óptica submarina cercana a la costa sudeste de Alaska.
Detectar a tiempo un temblor marino no sólo serviría para evitar interrupciones en la comunicación, sino también para algo mucho más importante: impedir la catástrofe que deja un tsunami. Para un grupo de científicos, el método más rápido, sencillo y económico consiste en volver ‘inteligentes’ los cables submarinos que, precisamente, transportan las tres ‘w’.
Según explica a HojaDeRouter.com Christopher Barnes, profesor en la Escuela de Ciencias de la Tierra y el Océano de la Universidad de Victoria (Canadá), al colocar una serie de sensores en estos cables, la ciencia obtendría datos suficientes para predecir el lugar en el que se producirá un terremoto marino. Tan solo harían falta tres: uno de temperatura, otro de presión y el último para medir la aceleración.
“El sensor de temperatura nos traería información relevante del clima; con el de presión podríamos monitorizar un tsunami, ya que se mueven a través del océano; y con el tercer sensor tendríamos una indicación de una actividad rápida específica en las profundidades”, asegura.
El profesor Barnes forma parte de la Joint Task Force (JTF), un organismo creado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), la Organización Mundial Meteorológica (WMO) y la Comisión Intergubernamental Oceanográfica de la UNESCO. Tres entidades pertenecientes a Naciones Unidas que procuran, desde 2011, convencer a las grandes empresas de telecomunicaciones para incorporar sensores a los cables submarinos de internet y obtener datos en tiempo real de todo lo que ocurre en las profundidades de los océanos.
Según el geofísico canadiense, obteniendo información sobre la temperatura o los cambios de presión llegaríamos a entender mejor los cambios que se habrían producido a causa del calentamiento global, y así “podríamos hacer algunas predicciones para el futuro o desarrollar políticas ambientales para cada país”.
Sin embargo, la idea de llenar sus cables de sensores por el bien de la ciencia no hace mucha gracia a las ‘telecos’. Sí puede resultarles atractiva, en cambio, la idea de salvaguardar la infraestructura de manera rentable. “ Necesitamos que la industria no vea esto como un proceso demasiado complicado”, explica Barnes. De ahí que los sensores sean sencillos, económicos y fáciles de instalar.
El organismo ya ha logrado captar la atención de dos empresas. SubPartnersanunció recientemente que añadiría sensores a los cables de fibra óptica que desplegará desde Sydney hasta California, y la compañía canadiense Arctic Fibreno solo intentará comunicar Japón con Reino Unido pasando por Alaska, sino que también ofrecerá la información que arrojen los sensores de sus cables a todos los países e instituciones que estén interesados.
Precisamente, este podría ser el negocio vieran las empresas en los datos científicos de los sensores. De acuerdo con el investigador de la Universidad de Victoria, las compañías de telecomunicaciones interesadas podrían ofrecer la información a los gobiernos como un servicio más, “así que esperamos que más y más compañías los coloquen en sus cables”.
El experimento, para 2017
Barnes y los demás científicos que componen la entidad siguen llamando a las puertas de la industria. Aunque el profesor nos asegura que hay muchas firmas atraídas por la idea, el próximo objetivo de la JTF es demostrar la eficacia de su plan.
“El siguiente paso será desarrollar un proyecto que sirva de muestra, en el que un cable con tres repetidores llenos de sensores se despliegue a dos mil metros de profundidad durante un año para demostrar la calidad de los datos y la fiabilidad operacional y de la instalación”. Los cables elegidos se encuentran en el norte de Alaska y contarán con los sensores a partir de 2017.
En realidad, la ciencia lleva largo tiempo interesada en estudiar las profundidades del océano, pero la forma en que los investigadores suelen obtener los datos resulta insuficiente. Los científicos se hacen a la mar con una flota de barcos que transportan equipos de medición, sumergen los dispositivos y analizan el océano de un punto a otro, aunque, normalmente, tan solo consiguen los datos de las zonas cercanas a los institutos oceanográficos.
“Esto lo hemos estado haciendo durante más de una década y, con ello, tenemos una idea general de lo que está pasando”, indica Barnes. “Pero si tuviéramos un sistema que registrara la temperatura a varios kilómetros, en los repetidores de los servicios de telecomunicaciones, eso nos daría la red entera de aquellos puntos que registraban los barcos”.
De momento, el reto está en convencer a los dueños de la infraestructura de comunicación submarina de las ventajas que podría suponer sumar los cables de internet a la llamada internet de las cosas (valga la paradoja). No solo para evitar que un terremoto interrumpa la comunicación de una parte del mundo, sino también para impedir que aterricen en nuestras costas las terribles consecuencias de un tsunami y predecir lo que la climatología puede deparar en un futuro.
“Cada vez más, la población mundial está pidiendo a los gobiernos que presten atención al cambio climático, y en las últimas dos décadas las catástrofes ambientales que ocurren principalmente en el Pacífico hacen que tenga sentido colocar estos sensores”, sentencia Barnes.
Fuente: sinembargo.mx