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Sentir culpa por el daño ambiental, ¿nos tranquiliza?

Daño ambiental vía Shutterstock
Daño ambiental vía Shutterstock

Nos gusta pensar que si somos culpables, todo depende de nosotros. Controlamos las cuerdas y, en principio, también nos podemos salvar si cambiamos nuestra vida. Lo que es difícil de aceptar es que estamos reducidos al rol puramente pasivo de un observador impotente, que sólo puede sentarse a mirar lo que será el futuro. Para evitar esta situación, estamos dispuestos a asumir actividades frenéticas y obsesivas: reciclar papel, comprar comida orgánica o lo que sea.

Sólo para que podamos estar seguros de que estamos haciendo algo, de que estamos ayudando de algún modo, así como un fan de futbol o de béisbol que apoya a su equipo frente a la pantalla de su televisor gritando y saltando desde su asiento en la supersticiosa creencia de que, de alguna manera, influye en el resultado.

Es cierto que la forma típica de negación fetichista sobre el ambientalismo es: «Sé muy bien que todos estamos amenazados, pero no lo creo realmente; entonces no estoy listo para hacer nada radical y cambiar mi estilo de vida».

Pero yo postulo que existe también una forma opuesta de negación: «Sé que no puedo influenciar el proceso que puede llevar a mi ruina -como un terremoto- pero es muy traumático para mí aceptar esto; por ello no puedo resistir la urgencia de hacer algo, aunque sé que es insignificante al fin y al cabo». ¿No compramos comida orgánica por la misma razón? ¿Quién cree que estas semiputrefactas y sobrevaloradas manzanas orgánicas son más saludables? El punto es que, al comprarlas, no sólo estamos comprando y consumiendo un producto, sino que también estamos haciendo algo significativo, demostrando nuestra capacidad de preocupación y conciencia global, participando en un noble y enorme proyecto colectivo.

Pienso que esto ya no es un fenómeno aislado, sino que está asumiendo un papel central en cómo funciona el capitalismo de hoy. El mejor ejemplo es lo que llamo The Starbucks Logic: lo que siempre se encuentra cuando vas a una cafetería de Starbucks. Básicamente el mensaje es verdad: «Nuestro café es más caro, pero un centavo de cada taza va para los niños de Guatemala, cinco centavos van para el agua y bla, bla, bla», En otras palabras, la lógica es la siguiente: «En los viejos tiempos éramos consumidores y luego nos sentíamos mal, y si querías pretender ser ético, tenías que hacer algo para contrarrestarlo.

Pero aquí lo hemos simplificado todo para ti, creamos el producto, tú te puedes quedar sólo como consumidor porque tu naturaleza altruista y solidaridad por los pobres está incluida en el precio».

Recuerdo que cuando era joven, los de izquierda hablaban de esta urgencia: «Tú que vives en tu mundo desarrollado, en tu torre de marfil, ¿no estás consciente de que los niños en África están muriendo de hambre?» ¿Han notado que ahora a las personas les gusta que Bill Gates hable de esa manera? ¿Por qué? El mensaje es el siguiente: «Paremos con nuestro aburrido debate sobre el capitalismo, el socialismo, etcétera. Las personas están muriendo de hambre. Juntémonos todos: hombres de negocios, hombres del gobierno, ONG, y hagamos algo». En otras palabras: «No pienses. Haz».

O, de forma contraria: «Haz, de manera que no tengas que pensar». Lo que encuentro asqueroso son todas estas publicidades en los periódicos o en la televisión usualmente de un niño negro con los labios torcidos y luego el eslogan: «Por el precio de un par de capuchinos, tú puedes salvar su vida». Pero el verdadero mensaje sabemos cuál es: «Por el precio de un par de capuchinos, puedes olvidarte del niño. Has cumplido tu deber. Puedes irte a tomar tus capuchinos».

Fuente: ŽIŽEK, Slavoj. Cómo nos tranquiliza sentirnos culpables por el ambiente. Crónica ambiental. año 2, No. 14, agosto 2015, p. 38-39.

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