La agencia japonesa de seguridad nuclear aceptó la evidencia. El desastre de la planta nuclear de Fukushima es tan grave como Chernobil y le ha asignado el grado 7 de la escala internacional de eventos nucleares y radiológicos. Oficialmente eso significa que el siniestro se acompaña de la liberación de grandes cantidades de material radiactivo con efectos extensos sobre la salud humana y el medio ambiente. Estos efectos deberán ser contrarrestados con medidas de gran amplitud.
Esto no sorprende. No se necesitaba ser experto para aquilatar la gravedad del siniestro. Las explosiones de hidrógeno en los reactores 1 y 3 destruyeron los edificios que los albergan. Siguieron los incendios en las albercas de almacenamiento de combustible quemado, las liberaciones de vapor para evitar más explosiones y los derrames de miles de toneladas de agua altamente contaminada.
Todo eso era suficiente para alertar sobre la gravedad del evento, la peligrosidad de esta tecnología y la necesidad de eliminarla de las opciones de la política energética.
El calentamiento global y las emisiones de gases invernadero provocaron en los últimos años una especie de renacimiento nuclear. Hoy eso es historia. Fukushima cambió todo. Quizás lo más importante en este episodio es que el tema de la acumulación de desechos nucleares ya no puede esquivarse.
Cada año, un típico reactor de agua hirviente de un gigawatt de potencia genera 20 o 30 toneladas de combustible nuclear quemado. Este material ya no es eficiente para ser usado en la generación de electricidad porque su proceso de fisión se ha reducido. Sin embargo, se mantiene con muy altas temperaturas y su actividad radiactiva sigue siendo intensa y dañina. Estos desechos deben ser mantenidos en refrigeración durante unos cinco años o más, hasta que su nivel de radiación permita su almacenamiento en depósitos secos. Si en ese lapso el refrigerante deja de fluir, el combustible usado puede calentarse al grado de provocar incendios en su envoltura de zirconio y, posiblemente, la liberación de material radiactivo al ambiente. Al final, el combustible quemado deberá depositarse en un lugar seguro, libre de filtraciones de agua y de sismos severos, durante por lo menos 10 mil años debido a la peligrosidad de sus radiaciones.
En el mundo hay unas 250 mil toneladas de combustible quemado, la gran mayoría almacenadas todavía en albercas de resguardo, con un sistema de refrigeración continuo. El caso de Estados Unidos revela la gravedad del problema. En ese país hay 71 mil toneladas depositadas en las albercas de sus 104 reactores. Esto significa que ya hay un hacinamiento en dichas albercas, algunas de las cuales tienen hasta cuatro veces más barras de combustible quemado de lo prescrito en su diseño original. Mientras en el núcleo de un reactor típico hay 100 toneladas de combustible activo, en muchas albercas en reactores estadunidenses hay hasta 700 toneladas. Por supuesto, la Comisión Regulatoria Nuclear se hace de la vista gorda frente a la acumulación de desechos.
En 1982 el Congreso estadunidense decidió que el depósito en almacenes subterráneos secos sería el método para guardar estos desechos. Encargó al Departamento de Energía identificar un sitio adecuado para esta mission, y en 1987 la montaña de Yucca, en el estado de Nevada, fue designada como el lugar idóneo para recibir los desechos. La lucha política y legal para evitar la construcción del proyecto ha durado hasta hoy. Varios estudios recientes encontraron que las filtraciones de agua no son tan improbables como se dijo al principio. Además, la sismicidad de la zona tampoco es tan despreciable como se indicó anteriormente. Los mantos freáticos podrían subir de nivel con un sismo y alcanzar el depósito. Eso ocasionaría oxidación y el rompimiento de los contenedores sellados, provocando la liberación de material radiactivo.
En 2009 Obama canceló el financiamiento para el proyecto de Yucca, y de un día para otro Estados Unidos se quedó sin estrategia para guardar sus miles de toneladas de residuos de alto nivel radiactivo. Las albercas de almacenamiento se quedarán ocupadas largo tiempo. Pero no se preocupen, ya los republicanos están montando la contraofensiva.
Los promotores, del proyecto de Yucca, tan previsores y bien organizados, ya hasta reunieron un equipo de trabajo integrado por antropólogos, arqueólogos, lingüistas y expertos en resistencia de materiales para diseñar un mensaje que sirviera de alerta sobre la peligrosidad del sitio a personas de culturas futures. Los expertos recomendaron que, además de la información técnica, se incluyera un aviso con conceptos más fundamentales. Este es el texto que recomendaron para ser colocado en un lugar visible a la entrada del depósito:
Éste no es un lugar de honor. Lo que yace aquí era peligroso y repulsivo para nosotros. Este lugar es un mensaje. Pongan atención a lo que dice. Nos considerábamos una cultura poderosa.
Fuente: La Jornada.unam.mx
Articulista: Alejandro Nadal.
Publicada: 13 de abril de 2011.