Por: Josep M. Lozano
Los planteamientos sobre el liderazgo tienen características cada vez más cualitativas. Me parece muy bien. Y en este contexto ha emergido una cierta atención a la espiritualidad. En seminarios, programas de formación o procesos de coaching cada vez se hace un mayor uso de métodos, prácticas y terminologías provenientes de diversas tradiciones espirituales (meditación, silenciamiento, presencia, conciencia lúcida, distanciamiento, etc.).
Debo confesar que cuando oigo o leo determinada retórica «espiritual» en el contexto de la formación de directivos me viene a menudo a la memoria la frase de aquel diputado de la difunta UCD cuando dijo «cuerpo a tierra que vienen los nuestros». No cabe duda de que si esta retórica es bien recibida es porque se detecta un problema grave y creciente, y se identifica una necesidad.
La vida empresarial y la función directiva hoy están sometidas a unos niveles de presión, exigencia e incertidumbre que resultan difíciles de soportar y de integrar. La complejidad de las relaciones y las tecnologías es también creciente. La obsolescencia de los enfoques tradicionales del management basados en el binomio jerarquía-control se pone de manifiesto día tras día, y gestionar equipos no requiere solamente determinadas habilidades, sino alcanzar una determinada manera de proceder, que siempre es el reflejo de una manera de ser.
Los puntos de anclaje vital son móviles, pierden solidez, no son necesariamente compartidos con quienes se comparte la actividad profesional, y los discursos institucionalizados (morales, ideológicos o religiosos) difícilmente pueden ejercer esta función. Todo ello desemboca en la necesidad que tienen las personas de apoyo y referencias para no perderse a sí mismas y echar a perder a las demás en el ejercicio de sus responsabilidades. Quien requiere apoyo es la persona, no el directivo… pero por razones de trabajo, no meramente personales. Recordemos un informe de Aspen Institute: «el directivo del futuro deberá conocer su trabajo tan bien como a si mismo». ¿Sólo el del futuro?
En los ámbitos organizativos, pues, se detecta el deseo de una mayor profundidad y un mejor autoconocimiento… como algo vinculado a y exigido por las necesidades actuales de la gestión. Para ello cada vez se ofrece a los profesionales ayuda y acompañamiento –a menudo personalizado, cara a cara- para el desarrollo de procesos personales de cambio, que incluyen la necesidad de adquirir una mayor conciencia de lo que cada cual busca en la vida y de los objetivos que se propone; y para ello se les da apoyo y recursos y, si es necesario, también se les interpela personalmente.
En este proceso de desarrollo no se trabaja sólo sobre comportamientos y reacciones, sino también, si es necesario, sobre asunciones, patrones de conducta y compromisos que afectan al sentido de la propia vida. Pero se trata de dar apoyo para vivir un proceso con mayor conciencia y lucidez, y no de llevar a nadie a ningún sitio preconcebido.
El supuesto es, en el límite, una declaración de confianza en la persona y sus propios recursos para que pueda alcanzar la plenitud y el equilibrio vital en el trabajo, para que no quede atrapado en sus circunstancias, alcance una mayor concentración y no quede a la deriva en los vaivenes de la vida profesional… Y para ello, entre otros recursos, muy a menudo se ofrecen instrumentos (¿instrumentos?) provenientes de las tradiciones espirituales: retiros, espacios de silencio, yoga… o directamente prácticas de meditación.
Así pues, la puerta de entrada de «la espiritualidad» en la vida empresarial, desde mi punto de vista, no ha sido tanto una reflexión estratégica sobre la empresa y el propósito de la empresa, ni un análisis sobre los cambios sociales y axiológicos (ni mucho menos el resultado de una aproximación específica desde las propias tradiciones espirituales), sino la necesidad de dar respuesta a retos prácticos que se generaban en el desarrollo del liderazgo.
Pero si queremos postular la espiritualidad en las organizaciones, ¿sobre qué parámetros deberíamos trabajar? Tomemos un ejemplo burdo y prosaico (pero, al final, la gran mayoría de las cosas en las empresas son burdas y prosaicas): en muchas ocasiones se vincula «lo espiritual» a la reducción de la tensión y el estrés (algo, por cierto, verificado empíricamente).
Ahora bien: ¿se trata de sobrellevar mejor el estrés sin modificar las condiciones organizativas que lo hacen posible?; ¿se trata de promover un tipo de transformación personal en la confianza de que, si se hace a fondo y se generaliza, esto comportará cambios organizativos respecto a las condiciones que generan estrés?; ¿se trata de hacer a la gente más resistente para poder aumentar la tensión?; ¿se trata de trabajar con personas claves de la organización porque cualquier cambio en ellas implica cambios organizativos?
O, en otro registro, cuando se asocia «la espiritualidad» a la capacidad de dinamizar procesos de cambio en contextos de pluralismo axiológico e incertidumbre, en la medida que la espiritualidad permite generar sentido, propósito, unidad y profundidad al trabajo: ¿qué es lo que se busca primariamente? (o ¿qué está al servicio de qué?).
En resumen, aquí la cuestión de fondo a debatir es que la empresa (en el mercado) se mueve por la lógica del interés. No se reduce a la lógica del interés, pero por lo general no actúa al margen de la lógica del interés. Pero, claro, en muchas tradiciones serias se ha insistido en planteamientos del tipo: «no puede darse un verdadero camino espiritual sin esa acción desinteresada a favor de toda criatura». ¿Postular «la espiritualidad» en la empresa es postular para la empresa «una acción desinteresada sin condiciones»? ¿De qué tipo de «espiritualidad» estamos hablando?
Las dinámicas empresariales no lo convierten todo en oro (¡qué más quisieran!), pero sí que lo convierten todo en instrumento o, al menos, todo tiene siempre un componente de «medio para un fin». Pero al menos, por respeto y seriedad, convendría no incrementar las minutas y la facturación a base de manipular con una pretensión instrumental algo que siempre ha sido la invitación a hacer un proceso de indagación personal que tiene valor por si mismo.
En el pasado dedicamos mucho tiempo a discutir si la religión era o no el opio del pueblo. Ahora tampoco es plan de convertir acríticamente a la «espiritualidad» en alcohol para legionarios (empresariales).
Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad