Por: María José Evia Herrero
Esta semana, los medios y las redes sociales se llenaron de opiniones sobre las sillas de ruedas entregadas en Sonora a personas con discapacidades motrices. La principal objeción fue la apariencia de los aparatos, que dista mucho de la imagen de una buena silla de ruedas que una persona común tiene en la mente. Sin embargo ¿estaban fuera de lugar estas críticas?
Lo cierto es que fueron donadas por la ONG Free Wheelchair Mission, la cual trabaja con 86 países desde hace varios años. Las sillas ya han sido usadas en lugares tan remotos como Ucrania, así como en Brasil, Honduras, Perú y Argentina. Diseñadas por el ingeniero Don Schoendorfer, quien tiene un doctorado en MIT, una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, las sillas están pensadas para moverse a través de terreno difícil y en áreas rurales. La organización funciona a través de donaciones privadas, de iglesias e instituciones.
Cada silla tiene un costo de 71.88 dólares, incluyendo la manufactura y el envío a lugares remotos del planeta. Son fabricadas en China y, según la página web de la organización, ya han cambiado la vida de 651, 245 personas. Free Wheelchair Mission ganó el premio CLASSY 2012, que reconoce las mejores acciones de caridad alrededor del mundo, por el mejor proyecto de Salud y Bienestar, y un estudio de 2008 dio a conocer que los usuarios de las sillas ven una mejoría no solo en su calidad de vida, sino también se redujo el número de úlceras, un resultado inesperado, consecuencia del aumento en la movilidad de los pacientes.
El trabajo de la organización en nuestro país comenzó en 2003, y ya se han entregado 9, 350 de sus sillas desde entonces. Con todas estas credenciales: ¿por qué la polémica de esta semana?
Para empezar, se trata de una falla en la comunicación del Gobierno de Sonora, la cual no dejó en claro desde el principio que la donación al DIF no provenía del gobierno del estado, sino de una organización independiente. En un país donde la confianza en las instituciones está invariablemente a la baja, era de esperar que los ciudadanos verían las sillas y se preguntarían cuánto del presupuesto se usó en ellas y cuánto acabó en los bolsillos de algún funcionario. Al tratar de darle el crédito a la institución, sin ofrecer datos sobre Free Wheelchair Mission y sus logros anteriores, se generó un vacío de información.
Por otro lado, está también la reacción de los medios, tanto tradicionales como los online, que se volcaron sobre la polémica y publicaron primero notas tendenciosas, de nuevo sin investigar y aclarar las credenciales de la ONG. Nadie le preguntó a ingenieros o médicos, o a los discapacitados mexicanos que ya habían recibido estas peculiares sillas de ruedas anteriormente.
Finalmente, quienes se beneficiarán o no de los resultados de esta polémica son los ciudadanos con discapacidades mortices, la única voz que no se ha escuchado en todo este circo mediático.
Creer que a «los medios» les importa algo mas que vender no sólo es mentira, sino que no es verdad. Acá lo que me preocupa o molesta siempre es el hecho de que se pueda vender a costa de todo y de todos.
Niños y mujeres primero; discapacitados después, seguidos de un creciente número de minusválidos sociales. Ellos son la mercancía cada vez mas frecuente. Sin ninguna ética se pasan de largo los datos que pudieran explicar al ciudadano común (no por corriente sino por numeroso), la singularidad de las sillas en cuestión. ¿Para qué hacerlo? sería matar la gallina de los huevos de oro.