Los principales países consumidores de petróleo desarrollan fuentes alternas de energía para disminuir su dependencia de los hidrocarburos y, al mismo tiempo, mitigar el calentamiento global a través de la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero (GEI).
Una estrategia es la producción de biocombustibles; Estados Unidos (EU) ha optado por la vía del etanol (a base de maíz), en tanto que la Unión Europea (UE) eligió el biodiesel (a base de aceite de palma). Por su parte, Brasil fabrica etanol a partir de la caña de azúcar. Cabe señalar que, salvo en el último caso, tanto EU como la UE destinan importantes subsidios a estos combustibles alternos, dado que su rentabilidad aún está lejos de la que tienen los derivados del petróleo. Pero ¿Cuál es el potencial de estos combustibles para proteger al medio ambiente?
Los biocombustibles se elaboran can los alcoholes, éteres, ésteres y otros compuestos químicos generados a partir de los tejidos de plantas y animales, los residuos de la agricultura y de la actividad forestal, y algunos desechos industriales, como los de la industria de la alimentación.
Como todos los países tienen la capacidad de producir biomasa vegetal o animal, la producción de estos combustibles puede brindar cierta independencia energética, algo que no ocurre con el petróleo. Los biocombustibles, además, son una fuente de energía renovable. Los más usados en el mundo son el etanol y el biodiesel. El primero se produce mediante la fermentación de azucares presentes en los cultivos de la calla, el sorgo dulce, el maíz, el trigo, y el betabel. El biodiesel se obtiene a través de los aceites contenidos en las semillas de la soya, colza, palma de aceite, Jatropha curcas y el aceite vegetal de cocina de desecho.
¿Sin emisiones?
Los biocombustibles están pensados para contribuir en la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo, la destrucción de ecosistemas para crear los extensos campos de cultivos que requieren el maíz, la caña de azúcar, y otras plantas, necesarias para su producción, podrían provocar el efecto contrario.
En un estudio realizado por investigadores del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales, se midió la influencia de los biocombustibles en las emisiones de CO2. La conclusión fue que 80% de estos reducen las emisiones de CO2 en 30%. El etanol reducirá las emisiones en 13% y el biodiesel en 79%, comparados con el diesel petrolero. Además, según este estudio, se producen menos partículas suspendidas y hollín.
Más allá de estos datos, si se contabiliza la deforestación, el costo ambiental total de los biocombustibles puede resultar mayor que el de usar combustibles fósiles. Convertir ecosistemas en superficies de cultivo contribuiría a aumentar el calentamiento global, y existe el riesgo de que por producir energía con vegetales se siga fomentando el modelo de agricultura a gran escala y de monocultivos, nocivo por su uso intensivo de agrotóxicos y su impacto en la biodiversidad.
Análisis publicados en la revista Science, por ejemplo, indican que se tardaran 167 años en compensar las emisiones de carbono causadas por el cambio de uso de la tierra a nivel global para la producción de bioetanol a partir del maíz.
Estos datos apuntan en una dirección: es necesario hacer de la producción de etanol y biodiesel una alternativa sustentable, siempre y cuando se elija la materia prima correcta, se cuente con tecnología y procesos eficientes, y se privilegien para su producción campos ya abiertos al cultivo, evitando la eliminación de ecosistemas naturales para sembrar sus bases.
Fuente: Equilibrio, p. 31.
Por: Diana Dávalos.
Publicada: Julio de 2011, número 35.
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