«Las niñas son las pobres entre los pobres». Esta frase, que puede leerse en el nuevo informe de la ONG Plan sobre el estado mundial de las niñas en el mundo de 2011 nunca fue tan cierta. El título que comparten los estudios de cada año, ‘Por ser niñas’, no se refiere únicamente a su contenido. Es la razón misma de su existencia, la principal causa de casos de discriminación que todavía hoy se producen en todos los ámbitos sociales.
Son víctimas de dos discriminaciones, ser mujeres y ser menores. 900 millones de niñas y mujeres viven con menos de un dólar al día, el 70% de los pobres del planeta. 140 millones viven con las consecuencias que conlleva la mutilación sexual, 62 millones crecen sin pisar la escuela y 10 millones de niñas son obligadas a casarse cada año antes de los 12, siempre según datos ofrecidos en el informe.
Pero la ecuación no estaría completa sin incluir al género masculino. Por eso, el informe se centra esta vez en la pregunta ‘¿Y qué pasa con los chicos?’. «Es necesario cambiar el concepto de que los hombres son el problema y empezar a verlos como parte de la solución,» detalla Concha López, directora general de Plan en España.
Y es que quizá el asunto no sea pertenecer a géneros distintos, sino la rigidez de las normas de género adoptadas en los primeros años de vida, tanto por los niños como por las niñas. El estudio revela que en India y Ruanda, por ejemplo, el 65% de los niños y niñas encuestados aceptan la premisa de que «una mujer debe tolerar la violencia para mantener unida a la familia» y el 43% de los menores considera cierto que «hay veces que una mujer se merece ser golpeada».
A los seis años, cualquier niño es capaz de reconocer los roles de género que le rodean: una ‘buena niña’ es la que escucha y respeta a sus mayores, ayuda a su madre y se queda en casa. Un ‘buen niño’, sin embargo, es travieso, tiene muchos amigos para jugar en la calle y no siempre tiene paciencia para escuchar a sus mayores.
«Una educación basada en la permisividad y el sentimiento de superioridad contribuye a generar hombres con necesidad de hacer siempre su voluntad ante todo, tener siempre el control», explica Héctor Hurtado, experto nacional de género de Plan en Ecuador.
Estos esquemas educativos propician el abandono escolar de los niños, que deriva en un aumento de los niveles de violencia, criminalidad, violencia de género y desempleo. En América Latina, región con grandes desigualdades (también de género), un hombre entre 15 y 29 años tiene un riesgo de morir por homicidio 28 veces mayor que en el resto del mundo. Y es que, según Héctor Hurtado, los niños y adolescentes viven con miedo: «Miedo a perder los privilegios, miedo a que no se reconozca nuestra virilidad, miedo a perder el poder y dominio sobre todos y todas. Los hombres, en materia de emociones, aún no nos bajamos de los árboles».
Pero el camino que hay que desandar es complicado. Tras décadas en un sistema cultural que ha perpetuado mentalidades machistas o cercanas al machismo, incluso los hombres concienciados se encuentran con contradicciones en su día a día: «Una noche al llegar del trabajo a casa, mientras veía la televisión, observe a mi hija y tenía todas sus uñas pintadas de negro. Cuando le pregunté quién le había dado permiso para pintarse las uñas su respuesta fue: ‘Si las uñas son mías, ¿por qué tengo que pedir permiso?'», recuerda Héctor Hurtado.
En la presentación del informe, este miércoles en la Casa de América, participaron dos adolescentes indígenas de los talleres de género de Plan en Ecuador, Ítalo de 15 años y Jessenia, de 12, que contaron su experiencia en entornos pobres y discriminatorios.
Ítalo, en busca de la igualdad ‘chévere’
Ítalo vive en una pequeña población de 2.800 habitantes en la provincia costera de Manabi. A sus 15 años, se muestra confiado al hablar en público y no tiene ninguna duda en su defensa de la equidad de género. Ha vivido muy de cerca situaciones de maltrato y abuso hacia las mujeres de su familia y su comunidad. Sus amigos le animaban a perder su virginidad en prostíbulos, una práctica muy habitual entre los jóvenes de la zona, y así convertirse en ‘hombre’.
«Hace tres años, yo tenía muchos problemas. Uno era que formaba parte de una ‘pandilla’, me pegaban mucho, era un sufrimiento. Mi padre maltrataba a mi madre, por eso siempre estaba en la calle», asegura Ítalo, convencido de que si no hubiera salido de ese mundo se hubiera convertido en un matón.
Mediante los talleres de la ONG conoció la realidad de las niñas que sufren la violencia de género. «Me impactó tanto conocer todas estas historias, que me era imposible no interesarme por ellas y decidir hacer algo para cambiar la situación».
En su lucha por los derechos de las mujeres, Ítalo ha conseguido que el gobierno de su localidad habilite un espacio dentro de los debates mensuales de la comunidad para exponer temas como el castigo, el maltrato o la discriminación. Su inocente visión sobre el problema de la igualdad de género a veces es más clarividente que la de los propios estudiosos y da una lección digna de aprenderse: «Es chévere compartir tareas con mujeres. Aprendes que lavar un plato es fácil, no es nada científico».
Bajo la triple discriminación
Por su parte, Jessenia, de 12 años, vive en un pequeño pueblo indígena del cantón Guamote. Es el segundo más pobre de todo Ecuador, el 94% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Tiene que levantarse a las 5 de la mañana para ayudar a su madre en las tareas domésticas. «En mi comunidad, las voces de las niñas y las mujeres no son escuchadas, no se nos permite participar en las asambleas comunitarias porque no son asuntos nuestros», dice Jessenia entre lágrimas, recordando la discriminación en su lugar de origen. «Imagínense ustedes la triple discriminación que yo llevo cada día: por ser niña, por ser indígena y por ser pobre».
Jessenia participa en talleres relacionados con la defensa de sus derechos desde hace 5 años. Además, forma parte de un pequeño programa de radio emitido en una emisora local donde los niños y niñas hablan de sus derechos.
Fuente: Elmundo.es
Por: Sergio Benítez
Publicada: 22 de septiembre de 2011.