Ayer tuve la oportunidad de asistir a un evento organizado por la Fundación Happy Hearts y Sura, con la asistencia de la modelo y filántropa Petra Nemcova. La fundación, creada por Nemcova a partir de su experiencia en el tsunami del 2004, ha reconstruido 118 escuelas en el mundo (seis en México) y beneficiado a más de 50,000 niños.
En la mayoría de los modelos económicos, el altruismo no tiene una explicación, porque parten del principio de que los seres humanos nos guiamos por nuestro propio interés al tomar decisiones económicas. Pero entonces, ¿qué explica que una persona decida hacer cosas que beneficien a otros y no a sí mismo?
Algunos científicos seguidores de la corriente de la biología evolutiva aseguran que la conducta altruista puede rastrearse al origen mismo de la humanidad, observando la conducta de primates que actúan favoreciendo a otros como una forma de inserción e interacción en su grupo social, y como un mecanismo para asegurar la protección futura del grupo en caso de ser necesaria. No se trata de una conducta estrictamente vinculada con nuestro desarrollo cognitivo, porque diversas investigaciones muestran que no hay una correlación directa entre el tamaño del cerebro de los primates y su proclividad hacia conductas de ayuda a otros.
Este altruismo del que espera algo a cambio es más explicable en términos económicos que la conducta que podemos describir como altruismo unidireccional, aquél que específicamente se realiza en apoyo de otros, sin esperar ninguna retribución.
En el artículo “An economic analysis of altruism: who benefits from altruistic acts?”, Klauss Jaffe plantea una explicación económica de lo que es el altruismo, al concebirlo como un mecanismo que permite la generación de sinergias que beneficio a los miembros de un grupo social.
Otros autores vinculados con la economía conductual plantean, sin embargo, que el desarrollo de actividades altruistas está relacionado más con la generación de un beneficio interno de bienestar percibido por quienes las practican. Existen distintas explicaciones del fenómeno, algunas lo abordan desde una perspectiva de patrones de conducta adquiridos desde el grupo social y familiar de pertenencia; otros lo atribuyen a conductas culturalmente aprendidas.
Más recientemente, estudios del comportamiento cerebral, como “Human fronto–mesolimbic networks guide decisions about charitable donation”, de Jorge Moll y otros, encontraron diferencias a nivel cerebral en personas que son proclives a la donación caritativa. Una importante conclusión del estudio es que las zonas del cerebro que se activan cuando recibimos una recompensa son las mismas que se activan en algunas personas cuando realizan un acto de altruismo; así como que es posible inducir un incremento de la orientación a la confianza y la cooperación altruista en interacciones económicas mediante la administración de, hormona y neurotransmisor producida durante el parto.
Ya sea el altruismo explicable o inexplicable, justificado o no por las teorías económicas tradicionales o conductuales, reflejado en el funcionamiento cerebral, la realidad es que los actos de altruismo —grandes o pequeños— generan en quienes los realizan de forma desinteresada un efecto de beneficio percibido que rebasa lo estrictamente económico, aun cuando no sean apreciados por otros.
Adicionalmente, los actos de altruismo genuino siempre tienen además un beneficiario tangible y real, aquél a quien se dirige el acto, y si (como en este caso) se trata de actos que apoyan temas tan relevantes como la educación de los niños en el país y en el mundo, el beneficio social y económico es mayúsculo
Fuente: El Economista