Para estimular la energía y mantenerla constante, la clave es alternar períodos de intensa concentración y actividad con otros de descanso, ya que con poca energía hasta el más brillante tiene el riesgo de colapsar.
El mundo de los negocios experimentó cambios drásticos en las últimas dos décadas y las exigencias se multiplicaron, pero no se ha modificado la manera en que trabajamos y respondemos a las crecientes demandas.
Todavía suponemos que el tiempo es la principal variable en la productividad; de allí que, si aumentan las presiones, trabajamos más duro, más horas y con menos interrupciones.
Esta idea, que parece acertada, empieza a mostrar fisuras cuando la analizamos porque, en primer lugar, el tiempo es finito. De las 168 horas que tiene una semana, probablemente destinemos 50 o 60 al trabajo, sin conseguir todo lo que nos proponemos. En segundo lugar, al trabajar más horas disminuye el retorno marginal de cada hora invertida.
Basta pensar en las diferencias en el rendimiento de la segunda hora de la jornada laboral y la octava o la undécima. Pocos tienen en cuenta que la energía, en cambio, puede expandirse y renovarse.
Y con más energía es posible hacer más en menos tiempo. Según se la define en el campo de la Física, energía es la cantidad de trabajo que puede producir un sistema físico. En términos prácticos, cantidad equivale a capacidad, y la capacidad es lo que nos permite ejercer nuestras habilidades.
Cuando alguien está cansado, molesto, irritado, impaciente, frustrado o distraído —emociones y sensaciones atribuibles a una baja capacidad—, no puede poner en práctica sus habilidades a pleno.
Los cuatro tipos de energía
Las personas con alto rendimiento reconocen que la energía es el recurso más valioso y dedican esfuerzos a aumentar sus cuatro tipos de energía: física, mental, emocional y espiritual.
Estos sentimientos describen la “zona de rendimiento”, pero muy pocos se mantienen en ella la mayor parte de la jornada laboral. De hecho, nuestra experiencia demuestra que la gente suele ubicarse en la zona que llamamos “de supervivencia”, en la que las personas pueden seguir trabajando pero con sensaciones de irritación o frustración.
Renovación
Durante la jornada laboral pasamos muy poco tiempo en esa zona, sin duda porque no pensamos que allí encontraremos la solución a los problemas.
Una compañía de servicios financieros con la que trabajamos realizó un estudio entre 40.000 empleados de nivel gerencial, y descubrió que quienes se tomaban al menos 15 días de vacaciones tenían un mejor rendimiento que los que no se permitían un descanso. De hecho, cuanto más largas son las vacaciones más alto es el rendimiento, y más prolongada la permanencia en la compañía.
El obstáculo radica en que hablar de renovación y recuperación como actividades “positivas” implica ir en contra de lo aceptado en las culturas corporativas.
Nadie apoya propuestas de hacer pausas en el trabajo durante el día, interrumpir la jornada laboral para ir una hora al gimnasio o concentrarse en una tarea en lugar de acometer varias a la vez. La cultura exige que la gente haga 17 cosas simultáneamente, y que responda los e-mails a los tres minutos de haberlos recibido.
Sin embargo, hay que modificar ese patrón. Cuando aumenta la presión, cuando empezamos a sentirnos demasiado exigidos tenemos que orientarnos hacia la zona de recuperación.
Los tenistas, al igual que otros deportistas, manejan muy bien la relación trabajo-descanso. Entienden que la capacidad de recuperarse es tan importante como la inversión de energía en lo que hacen.
La ventaja de las series cortas
La recuperación es necesaria pero no suficiente para mantener el alto rendimiento durante largo tiempo.
El secreto está en alternar ciclos de gasto de energía con otros de renovación. En el plano físico, por ejemplo, lo aconsejable es combinar ejercicios que tensionen los músculos con períodos de descanso.
En especial pasados los 30 años, porque a partir de esa edad empezamos a perder 150 gramos de masa muscular por año. La única manera de contrarrestar esa pérdida es hacer trabajar los músculos para que nazcan nuevas fibras que les permitan soportar la exigencia, y dejarlos descansar por 24 o 48 horas antes de volver a ejercitarlos.
El maratonista sabe que no puede usar continuamente su energía al máximo, porque colapsaría antes de llegar al segundo kilómetro; en consecuencia, disminuye el ritmo para regular el gasto de energía.
En cambio, el corredor de distancias cortas se ubica en la línea de partida, mira la pista y se concentra en hacer el máximo esfuerzo a lo largo de los 100 o 200 metros.
Y luego de aplicar toda su energía para llegar primero a la meta, se desconecta por completo hasta la siguiente carrera.
De allí que mi sugerencia sea la de encarar la vida y el trabajo como una serie de carreras cortas, cada una de ellas con su correspondiente línea de llegada y su etapa de descanso posterior, pero con un compromiso absoluto durante su transcurso.
Puesta en marcha
Usted podrá pensar que mis recomendaciones tienen sentido, pero eso no alcanzará para que modifique su estilo de vida. Somos criaturas de hábitos. Lo que hicimos ayer es lo que haremos hoy y repetiremos mañana.
El cambio no ocurrirá de un día para otro; pero si su actual estilo de vida no compensa lo que deja de lado para mantenerlo, y si tiene la honestidad de admitirlo, podrá modificar su paradigma y alternar etapas de alto rendimiento con otras de recuperación de la energía. Será un estilo de vida más equilibrado y satisfactorio. Aumentará su productividad, y también su capacidad para sostenerla mucho tiempo.