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Transgénicos: ¿solución al hambre o problema ambiental?, detalles de un debate polémico y mundial

El Convenio sobre la Diversidad Biológica, establecido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) en 1992, define a las biotecnologías como “toda aplicación tecnológica que utilice sistemas biológicos y organismos vivos o sus derivados para la creación o modificación de pro-ductos o procesos para usos específicos”.

Esta definición incluye aplicaciones médicas e industriales, así como el uso de técnicas para mejorar las características de plantas y animales y el desarrollo de microorganismos a favor del medio ambiente, así como la manipulación científica de organismos vivos para crear nuevos productos como hormonas, vacunas, anticuerpos. La misma FAO señala que la transgénesis es la transferencia de ADN de un organismo a otro, mediante el uso de ingeniería genética, con el fin de modificar sus características, y aclara que si bien términos como organismo genéticamente modificado y transgénico no son técnicamente iguales, pueden usarse como sinónimos.

Tendencia a la alza

Estados Unidos ha sido pionero en la producción de semillas y plantas genéticamente modificadas, y es actualmente el principal productor de transgénicos en el mundo. De acuerdo con el International Service for the Acquisition of Agribiotech Applications (ISAAA), la nación norteamericana contaba en 2010 con 64 millones de hectáreas dedicadas a este tipo de cultivo. Le sigue Brasil, con 21 millones de hectáreas y un crecimiento que en 2009 aumentó la producción en 35%. Otros países destacados en el cultivo de transgénicos son Argentina (también con 21 millones de hectáreas), India (8.4 millones de hectáreas) y Canadá (8.2 millones de hectáreas).

En Europa, el cultivo de organismos genéticamente modificados es mucho menor. Las preocupaciones respecto al impacto en la salud de los consumidores y los posibles daños ambientales que pudiera ocasionar el uso de transgénicos, ha generado una legislación muy estricta en cuanto a su uso. Sin embargo, a medida que el crecimiento mundial ha ganado terreno, la Comunidad Europea se ha visto obligada a reducir las restricciones. En 2010 se autorizó el uso de papas transgénicas para la producción de papel. Este contrato incluye una cláusula que permite usar 0.9% de esta producción para la elaboración de alimentos humanos, lo que implica un incipiente primer paso para la liberación en su consumo. Estas preocupaciones contrastan con la opinión pública. De acuerdo con una encuesta realizada por el Eurobarómetro, publicación a cargo de la Comisión Europea, 77% de la población de este continente considera que deben utilizarse los avances de la biotecnología para enfrentar los efectos de la sobrepoblación y el cambio climático.

México transgénico

En repetidas ocasiones, Francisco Mayorga Castañeda, titular de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), ha manifestado el interés de la dependencia a su cargo en el uso de organismos genéticamente modificados como una alternativa para impulsar la producción agrícola mexicana. La opción que propone la Sagarpa es respetar los maíces criollos propios de nuestro país y sembrar transgénicos en aquellas zonas donde no exista peligro de contaminación. En entrevista para la publicación Imagen Agropecuaria, Mayorga destacó que “prácticamente todas las oleaginosas que entran a México son transgénicas, casi todo el maíz amarillo, esas 7 ó 10 millones de toneladas que van a forraje, son transgénicas”. De acuerdo con el funcionario, actualmente nuestro país puede considerarse consumidor de este tipo de alimentos. “Dejar de consumirlos significaría un costo muy alto; impedir la entrada de oleaginosas transgénicas nos llevaría a un desabasto o un sobreprecio, porque tendríamos que comprar semillas no transgénicas más caras”.

Economía Genética

Desde 2009, México autorizó la siembra experimental y restringida de productos transgénicos. El principal peligro en el uso de estas tecnologías, reconocido por el mismo Mayorga, es generar una dependencia de las compañías transnacionales pro-ductoras de semillas modificadas genéticamente. Para evitar esto, es necesario que nuestro país desarrolle una producción nacional de productos transgénicos. Lo cual, en la práctica, no resulta fácil de llevar a cabo. Un ejemplo de esta situación es China, donde continúa la polémica respecto al uso de organismos genéticamente modificados. De acuerdo con el China Daily, desde 2008 el gobierno chino estableció la seguridad alimentaria como una prioridad de Estado. Con una población que supera los 1 300 millones de habitantes (prácticamente la quinta parte de la población mundial), el uso de organismos genéticamente modificados suena como una alternativa viable. Los detractores de los transgénicos no están de acuerdo. El profesor Larry Hsien Ping, académico de la Universidad de Hong Kong y autor del libro New Imperialism in China, resalta el peligro económico que el uso de los organismos genéticamente modificados pueden tener para su país. Para Hsien Ping, el problema de los transgénicos es que no buscan ayudar a la población ni solucionar los problemas mundiales de hambruna, sino enriquecer a unas cuantas corporaciones privadas. Aún con todo el potencial económico que tiene la nación asiática, el académico señala que “en este momento, China no tiene una ventaja tecnológica en desarrollo de organismos genéticamente modificados. Éstos son producidos por compañías extranjeras e importados a nuestro país; su consumo originaría cuantiosos pagos por concepto de patentes”.

Peligros y realidades

Entre las opiniones de académicos e investigadores escépticos respecto al uso de transgénicos destacan también los posibles peligros ambientales y de salud que éstos representan. Miguel Altieri, investigador de la Universidad de California, señala la posibilidad de que las futuras semillas transgénicas, adaptadas, por ejemplo, para ser inmunes a ciertos pesticidas o plagas, “transfieran” estos genes a plantas semidomesticadas o silvestres, lo que en un escenario negativo implicaría la diseminación de “superplantas” sin el debido control ambiental. Esta posibilidad también incluye el surgimiento de nuevas bacterias y organismos patógenos, desarrollados a partir de los genes modificados, mucho más resistentes a los métodos tradicionales de control. Otras preocupaciones son que el uso de transgénicos acabe con la diversidad natural de las plantas y, como señala Altieri, provoque una “erosión genética”.

No todos los investigadores están de acuerdo con estas posibilidades. Algunos, como Mark Littman, académico de la Universidad de Tennessee, las llaman incluso “alarmistas y sensacionalistas”. Para Littman, en los últimos años los avances científicos respecto a los transgénicos han sido cada vez mayores; conforme el uso de estos organismos se populariza, los medios de comunicación han perdido interés en satanizarlos. “La industria y los consumidores se muestran mucho más razonables ahora que hace diez años ––escribe Littman––. Y millones de personas han consumido transgénicos sin reportar ningún daño”.

Responsabilidad estatal

De acuerdo con María Culebro, Representante Asistente de la FAO en México, esta organización acepta que la tecnología utilizada en los organismos genéticamente modifica dos es demasiado reciente para que los estudios a largo plazo arrojen resultados determinantes, por lo que recomienda que antes de implementar o hacer el uso de estas semillas deben hacerse los estudios necesarios para ver las implicaciones que tienen tanto en el ser humano como en el medio ambiente. Culebro recuerda también que existen otras tecnologías, no necesariamente los transgénicos, que pueden aumentar la productividad y combatir la hambruna. De acuerdo con la funcionaria de la FAO, la decisión final está en manos de los gobiernos de cada país, los que deben asumir la responsabilidad y consecuencias del uso de transgénicos, legislar y establecer las medidas necesarias para que su uso se convierta en una solución y no en un posible problema.

Fuente: Equilibrio, p. 26-26.
Publicada: Marzo 2011.

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