En la misma época en la que supimos que en el ayuntamiento de Sabadell había unos cuantos presuntos, aparecía también el ranking de transparencia de los ayuntamientos: resulta que el de Sabadell era el segundo de Catalunya, y estabe entre los primeros de España. Por lo que cabe preguntarse qué tipo de transparencia queremos y para qué. Si hubiera confianza en las instituciones políticas y les diéramos credibilidad, no reclamaríamos tanto la transparencia porque la consideraríamos incluida en las anteriores. Y es que sólo con transparencia no habrá más transparencia.
No hace falta decir que la información asociada a la actividad de las instituciones públicas debe estar disponible y ser de fácil acceso: esto hoy es posible y, salvo razones de seguridad y privacidad, es inexcusable. Pero también creo que una manera de aumentar la opacidad y la confusión es inundar de datos a la gente. Hay una especie de populismo de la transparencia que da por supuesto que eliminar barreras y hacer que las paredes sean de cristal es darle al pueblo lo que pide. Menudea un discurso sobre la transparencia prisionero de una concepción ingenua de la verdad. Una legítima y justificada indignación ha desembocado en el «no nos representan, no nos dicen la verdad», y eso no hay transparencia que lo arregle, porque el problema es la confianza y la credibilidad.
El problema no es la verdad. El problema es quien construye una interpretación o explicación razonable y razonada en base a información relevante. Se ha dicho que todo texto fuera de contexto se convierte en un pretexto. Podemos sustituir perfectamente «texto» por información o datos. Por ello, a falta de credibilidad y confianza en las instituciones públicas, hay quien otorga más presunción de verdad a su timeline, o a su muro de facebook, o a cualquier persona que tenga un discurso sobre lo que debería hacerse… siempre que no tenga la responsabilidad de tomar ninguna decisión sobre los temas de los que habla. Porque a menudo no queremos saber más, sino confirmar nuestras opiniones y nuestros prejuicios: hay quien, cuando habla de transparencia, confunde lo que quiere saber con lo que quiere oír.
Dicho de otro modo: debemos saber que no lo podemos saber todo. «Lo podemos» en el sentido, a la vez, de «tener que» y de ser capaces. Por eso a mí me parece muy bien que haya reuniones discretas entre políticos. Lo encuentro una condición indispensable para que hagan bien su trabajo. Más bien creo que sobra ruido, hasta el punto de que quizás favorecería la transparencia un acuerdo de que al menos un día a la semana no hubiera ninguna declaración política. Lo que no niega que es exigible que las decisiones se expliquen de manera razonable, comprensible y con un horizonte que les dé sentido. Porque lo que se opone a la mala política no es la no política ni la anti-política, sino la buena política. Y la buena política es siempre la construcción de un porqué y un para qué que tengan sentido, y no una lista de qués.
¡Claro está que la transparencia es un valor a defender! Pero no en abstracto. Es el resultado de una deliberación sobre la responsabilidad: quién es responsable de qué ante quién y por qué. Y este debate no se puede reducir a las instituciones políticas, sino a todos los actores que actúan en el espacio público: empresas, partidos, sindicatos, ong, medios de comunicación…
No necesitamos una sociedad más transparente sino una sociedad más responsable, porque la transparencia no es un absoluto sino una función de la responsabilidad. Y la responsabilidad afecta a todos: quien da información, quien la pide y el uso que se hace de ella. No siempre quien pide más transparencia es más transparente. Y hay cosas que no se pueden saber precisamente por responsabilidad de quien las sabe.
La mayor transparencia en las instituciones políticas, por lo tanto, es indisociable de reformas sustanciales en las administraciones públicas; de mejoras en el funcionamiento de las instituciones de control; de mayor claridad no sólo en los datos, sino en los procesos y procedimientos.
Eso requiere voluntad y compromiso. Pero hoy hay un problema que no ayuda a resolver los problemas, y que queda reflejado en un hashtag: #tenimpressa (tenemos prisa).
Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad