En la Península de Valdés son las ballenas, en los territorios centroafricanos los cocodrilos o los elefantes… poco a poco va creciendo la población que practica un turismo limpio, ecológico, acercándose a la naturaleza sin destrozarla.
Frente al típico “sol y playa”, se impone una nueva forma de turismo en equilibrio con la naturaleza, un turismo que pasa por ofertar las míticas bellezas de la naturaleza que nos ofrecen lugares de América o África, o un turismo rural europeo más reposado, a la cabeza del cual se sitúa la experiencia de Francia, Austria e Irlanda.
Hay lugares míticos para quien busca la naturaleza. Por ejemplo, en pleno Océano Pacífico, a casi mil kilómetros de la costa ecuatoriana, se encuentran las Islas Galápagos, uno de los pocos paraísos protegidos que quedan en este final de milenio. A diferencia de otros parajes tropicales, su atractivo no reside tanto en el exotismo de sus playas como en las especiales condiciones de evolución de su fauna y flora.
Otro lugar ya mítico es la Península de Valdés, en Argentina. Las ballenas regresan en junio a las costas de la Patagonia (sur de Argentina), como cada año, sin saber que protagonizan el comienzo de una campaña invernal que supondrá previsiblemente un récord de ingresos para el turismo argentino.
En el ámbito de las ballenas, otra referencia obligada son las costas de Baja California, en el noroeste de México, a donde acuden a final de año los cetáceos para aparearse en aguas cálidas hasta primeros de abril, para iniciar luego el viaje de regreso hacia Alaska.
Pero el paraíso para la observación de la fauna terrestre sigue siendo África, con los magníficos parques naturales. Y frente a la cruenta e inhumana actividad de las cacerías, surgió antaño la idea de los safaris fotográficos, como una alternativa a los safaris de caza, para poder continuar recibiendo a los turistas y no perder esta tan importante fuente de ingresos, sin poner por ello en peligro la supervivencia de los animales.
En 1977, Jomo Kenyatta, presidente de Kenia prohibió terminantemente la caza de cualquier animal e incluso la venta de marfil, trofeos o pieles procedentes de estos, para no poner en peligro lo que el denominó como la «herencia de su pueblo». Esta iniciativa y estos postulados cada vez tienen mayor vigencia, a medida que aumenta la demografía y la presión industrial y con ello el deterioro de los espacios naturales vírgenes.
El turismo rural europeo
Frente al típico turismo de “sol y playa”, a las dificultades para encontrar un hueco donde extender la toalla en la arena y a los elevados precios de los apartamentos en las zonas turísticas costeras, es cada vez mayor el número de personas que buscan una forma más tranquila y de mayor contacto con la naturaleza para pasar sus vacaciones. Son los adeptos al llamado turismo rural o ecológico, una modalidad que persigue fundamentalmente el descanso, la aproximación al medio natural, la protección del medio ambiente y el conocimiento de otras formas de cultura.
En general, en Europa, cuando se habla de turismo rural se suele hacer referencia a zonas de interior, que aún conservan un ecosistema equilibrado, exentas de contaminación y en donde la ganadería y la agricultura constituyen la base de las economías familiares. Se trata, en su mayoría, de pueblos y parajes con escaso número de habitantes y una renta per cápita baja, en donde el turismo se presenta como un revulsivo económico.
Las ventajas de este turismo son importantes y suponen una interesante alternativa a la masificación y saturación que caracteriza el llamado “sol y playa”. Frente a ello, los aspectos algo negativos es el deterioro ambiental que puede ocasionar la cada vez mayor afluencia de personas a estos lugares, hasta ahora muy poco visitados, con el consiguiente peligro de tráfico, vertidos, contaminación acústica y atmosférica.
Los turistas más interesados en este tipo de turismo rural o ecológico son, precisamente, los habitantes de las grandes urbes, para quienes pasar sus vacaciones en un contacto especial con la Naturaleza representa una evasión de la frenética vida ciudadana, un retorno temporal al paraíso perdido. Se produce así una paradoja, no exenta de lógica: las sociedades más ricas y avanzadas son las que más buscan la aproximación al medio rural a la hora de programar su ocio.
Los ejemplos de este turismo son abundantes en Europa, siendo posiblemente Francia el país más destacado en este terreno y donde la oferta del espacio rural está más estructurada. Le siguen países como Austria, Italia e Irlanda, que contrastan con España, donde la riqueza medioambiental es importante, pero donde el llamado “turismo verde” y sus albergues adecuados está aún en precario.
Tras la Segunda Guerra Mundial
En Francia, el desarrollo de este turismo se produjo tras la Segunda Guerra Mundial, con un hito significativo : la puesta en marcha , en 1948, de la cadena “Logis de France”, integrada por pequeños hoteles y refugios enclavados en áreas rurales. Siete años más tarde, se inauguró “Gites ruraux de France”, otro complejo de casitas familiares en entornos de gran riqueza natural. Los proyectos franceses, ampliados en la zona del valle del Loira, donde se erigen hermosos y coquetos castillos con servicios complementarios para la práctica del deporte, el contacto con la flora y la fauna del lugar, sirvió de ejemplo a otros países de la Unión Europea.
En Austria, por ejemplo, donde el turismo constituye un factor turístico de primer orden, generando unos ingresos muy potentes, existe una espléndida oferta de casas de montaña, balnearios y granjas, con una cuidada protección al medio ambiente, sobretodo en la zona del Tirol. Algo similar sucede en la verde Irlanda, donde es muy habitual este tipo de turismo, alejado de proyectos urbanísticos.
Las granjas irlandesas son muy cotizadas, permiten el contacto con las familias del lugar, sus costumbres, sus animales y sus paisajes. Es un modo de potenciar este llamado turismo “suave”, a través del contacto con la naturaleza, el alojamiento en casas familiares y la paralela defensa del medio ambiente.
En España, el turismo rural en su más amplia acepción, existía ya desde principios de siglo, si bien era bastante limitado en el número de asiduos y en los alojamientos. Se trataba de flujos turísticos en dirección al campo de personas que residían en grandes núcleos de población y acudían a zonas relativamente cerca de su residencia. Sin embargo, con la industrialización de los años sesenta y el consiguiente trasvase del campo a la ciudad, surge un nuevo tipo de turismo rural, el llamado turismo “de retorno”, protagonizado por personas que trabajan y viven en las ciudades, pero que regresan a su pueblo natal para pasar las vacaciones.
Lo cierto y relevante es que desde hace pocos años, surge con fuerza un número muy importante de personas que, con una vida cotidiana muy intensa, de ejecutivos, acuden a los parajes más recónditos en busca de un descanso natural y deleite del medio ambiente.
Fuente: vidayestilo.terra.com.mx
Por: Pilar Ferrer
Publicada: 17 de Junio de 2012