Si a la dureza de las condiciones de vida y marginación en las que viven millones de niños en todo el mundo sumamos la discapacidad, el cóctel es terrible: el acceso a la sanidad, a la educación, así como a una correcta nutrición se torna aún más complejo. Y son más proclives a sufrir violencia, abusos, explotación y abandono .
El informe anual de Unicef sobre el Estado Mundial de la Infancia se centra este año en los niños y niñas con discapacidad, unos 93 millones en todo el mundo (uno de cada 20 menores de 14 años). Una cifra, no obstante, que es meramente especulativa, dado que no existe una definición establecida de qué es discapacidad, y por lo tanto «cada país lo considera una cosa».
El hecho de que en muchos casos los niños ni siquiera estén registrados complica aún más el cálculo y dificulta que los servicios sociales puedan llegar a ellos, explica Marta Arias, directora de Sensibilización y Políticas de Infancia de Unicef.
Más dificultades para acceder a la educación
En muchos países, las respuestas más frecuentes a la situación de los menores con discapacidad son la institucionalización y el abandono. Muchos no acceden a la educación, en unos casos por barreras físicas (arquitectónicas, ausencia de apoyos, ausencia de acceso al sistema braille o lenguaje de señas…), en otro, por barreras culturales: los propios padres no los envían a la escuela, o los docentes no están preparados ni cuentan con medios para educar a estos niños. Es la diferencia entre integración e inclusión que subraya Consuelo Crespo, presidenta de Unicef España. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, la tasa de niños con discapacidad que completan estudios primarios es un 10% inferior al resto.
«La inclusión va más allá de la integración». Por ejemplo, en la esfera educativa, la integración significaría, sencillamente, «admitir a los niños y niñas con discapacidad en las escuelas generales». La inclusión sería introducir además instrumentos y medios que favorezcan la igualdad de oportunidades, para que todos participen de las actividades educativas y de ocio.
«A veces los adultos olvidan que ir al colegio es más que sentarse en clase. Lo mejor es compartir con los compañeros lo que ocurre dentro y fuera, ir de excursión, participar en la obra de fin de curso… El problema es que se nos niega el apoyo», explica Yaiza Íñigo, una joven con sordera profunda de nacimiento. En su caso, gracias a unas prótesis y la logopedia puede hablar y leer. Por eso destaca la importancia de la detección temprana. No obstante, destaca cómo en países desarrollados como España los menores discapacitados siguen encontrando problemas a la hora de participar, por ejemplo, en actividades extraescolares, acceder al transporte escolar o a las nuevas tecnologías.
Víctimas de violencia
Según recoge el informe, los niños con discapacidad son entre tres y cuatro veces más proclives a padecer violencia, y un 27% la sufre. La Universidad John Moores de Liverpool y de la OMS estiman que los niños con discapacidad presentan un riesgo mayor de experimentar violencia que sus compañeros no discapacitados: 3,7 veces más proclives a padecer modalidades combinadas de violencia, 3,6 veces a ser víctimas de violencia física y 2,9 veces a padecer violencia sexual. Los discapacitados intelectuales presentan 4,6 veces más probabilidades de ser víctima de violencia sexual que los no discapacitados.
¿Por qué sucede esto? Son varios los motivos, explica Marta Arias. En primer lugar, atender a un niño o niña con discapacidad puede suponer una carga extraordinaria para los progenitores, con lo que aumenta el riesgo de malos tratos. En segundo lugar, el internamiento en instituciones, algo a lo que se opone radicalmente Unicef. El internamiento, afirman, constituye un importante factor de riesgo de abuso sexual y físico. De hecho, se calcula que el 27% de los internos son víctimas de algún tipo de violencia.
Finalmente, los impedimentos que afectan a la comunicación hacen que algunos niños sean especialmente vulnerables, ya que en muchas ocasiones no pueden denunciar los abusos.
Niñas
El informe también destaca el género como factor clave, ya que las niñas con discapacidad tienen menos probabilidades que los niños de recibir alimentos y atención.
Según estimaciones de la OMS, sólo un 42% de las menores discapacitadas completa estudios primarios, frente al 51% de los varones discapacitados.
España
«Si en sociedades modernas como la nuestra existe esta discriminación, imagine en países menos desarrollados», reflexiona Yaiza Íñigo. En España, se calcula que existen unos 140.000 menores de 16 años con discapacidad (datos del Instituto Nacional de Estadística), si bien también en nuestro país existe un problema de «falta de estudios específicos y datos», denuncia Pilar Villarino, directora ejecutiva del CERMI (Comité Español de Representantes de personas con Discapacidad).
Destacan el coste «personal, social y laboral» que asumen los padres de los menores discapacitados, y que un estudio británico cuantifica entre un 11 y un 69% respecto a otras familias. Una situación que se agrava con las políticas de austeridad, «especialmente con los recortes en educación y en apoyo a asociaciones, abocando a algunas a la desaparición», explica Villarino.
Además, la directora del CERMI resalta la discriminación por edad, ya que, por ejemplo, las prótesis a partir de los 16 años dejan de estar cubiertas, y el catálogo de las mismas no está actualizado.
«Los recursos van desapareciendo conforme vamos creciendo, pero la discapacidad sigue siendo la misma», denuncia Yaiza Íñigo. Ella, como María José López, de 16 años, temen por su futuro. En el caso de esta última necesita la lengua de signos para entenderse, y ha visto cómo se reducía notablemente el número de intérpretes. «Me siento afortunada porque la puedo usar, pero sigo encontrando barreras». No obstante, se dice afortunada por vivir «en una en sociedad en la que no me ven diferente». Aún así, sin voz pero con gran pasión clama: «Queremos formar parte del mundo».
Fuente: El Mundo