El debate en torno a la participación del sector privado en la lucha contra la pobreza ha superado ya definitivamente la discusión de si esta cuestión le es propia o no. Es evidente que la empresa se enfrenta para bien o para mal a los retos globales de la humanidad y que su papel es, y será, preponderante en la solución de cuestiones que afectan las condiciones de vida y también, y hay que decirlo, el sufrimiento cotidiano de un cuarto de la población mundial.
En este sentido, la invitación a las empresas para que éstas contribuyan a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) significa algo más que una simple llamada a la acción social. En realidad, lo que se está planteando es que las empresas contribuyan a la lucha contra la pobreza incorporando los ODM a su estrategia empresarial.
¿Por qué es importante este cambio de paradigma, que pasa de la filantropía a la incorporación de los ODM al modelo de negocio? ¿Qué se consigue incorporando los ODM a la estrategia empresarial?
Hay dos puntos relevantes en los que valdría la pena detenerse. El primero sería el de solventar lo que yo llamaría la “incoherencia” intrínseca a esta cuestión. Esta incoherencia se da cuando una empresa contribuye a los ODM a través de la filantropía o la acción social en países en vías de desarrollo pero, por otra parte, dificulta el avance de otros objetivos debido a una gestión ineficiente de los activos sociales y medio ambientales. Esto puede darse por una gestión medio ambiental ineficaz o de la no aplicación de las normas internacionales del trabajo en la empresa madre o en la cadena de suministro.
Ciertamente, éstas son cuestiones que se hallan en la esfera de influencia directa de la empresa y que son, a la vez, de especial relevancia para la consecución de los ODM. La segunda consecuencia que aportaría este cambio de paradigma sería la universalización de las políticas de RSE. Embarcándose en la lucha contra la pobreza, la RSE ya no sólo mira a sus empleados o a la cadena de suministro sino que también dirige su mirada hacia las poblaciones empobrecidas en cualquier lugar del globo universalizando así su alcance y sus aportes.
Así pues, la llamada a la participación de las empresas en la lucha contra la pobreza encarna pues un paso más hacia la universalización de la RSE en el sentido más humano y geográfico del término. Sin embargo, esto sólo será posible si la empresa accede a crear una nueva cultura de la empatía y del diálogo que conlleven nuevas maneras más horizontales de relacionarse con la sociedad, con las sociedades excluidas y con los actores dentro de ella.
