John D. Rockefeller, fundador de Standard Oil y primer multimillonario de Estados Unidos, respetaba la ciencia. Cuando sus ambiciones pasaron de aplastar a sus competidores a la filantropía, en 1901 fundó el primer centro de investigación médica de Estados Unidos.
Según Corporate Knights, en una época en la que los médicos eran principalmente lo que se conoce en Estados Unidos como «pill-pushers» (suministraban paleativos, en lugar de buscar una verdadera cura), el Instituto Rockefeller (ahora Universidad Rockefeller) animó a los científicos a investigar las causas de las enfermedades, produciendo muchas de las primeras vacunas e inventando la ciencia moderna de la biología celular.
Ahora que las compañías petroleras y los conservadores se muestran reticentes al cambio climático, los descendientes de Rockefeller se han unido para impulsar la ciencia una vez más.
Van los Rockefellers vs combustibles fósiles
En un artículo de opinión publicado en otoño en The New York Times, Daniel Growald, Peter Gill Case y Valerie Rockefeller —tres de los tataranietos de John D.— presionan para que los bancos dejen de conceder préstamos al sector de los combustibles fósiles. C
alificando el calentamiento del clima como un «riesgo importante» para la economía estadounidense, instaron a los líderes financieros a «adoptar la innovación e ir más allá de los beneficios de los combustibles fósiles para desarrollar modelos bancarios que sobresalgan en un mundo sin carbono».
Un mundo con una alteración climática
Los primos señalaron el informe Banking on Climate Change de Rainforest Action Network que encontró que desde 2016, 35 bancos globales han canalizado 2.7 billones de dólares en proyectos de combustibles fósiles. Esa trayectoria, dicen los escritores, «garantizará un mundo con una alteración climática galopante».
El mayor prestamista de esa lista, con 269,000 millones de dólares entre 2016 y 2019, fue JPMorgan Chase.
También en la lista de bancos cómplices estaban los cinco grandes de Canadá:
- RBC, con 141,000 millones de dólares.
- TD, con 103,000 millones de dólares.
- Scotiabank, con 98,000 millones de dólares.
- BMO, con 82,000 millones de dólares.
- CIBC, con 58,000 millones de dólares.
Los primos estaban especialmente molestos porque JPMorgan Chase acababa de hacer un anuncio en el que afirmaba alinearse con el acuerdo climático de París. Pero el mayor banco de Estados Unidos no ofreció detalles sobre los objetivos de emisiones de carbono propuestos para su cartera de préstamos, ni ningún plan para reducir los préstamos a la industria fósil, que los Rockefellers consideran la mejor palanca para el cambio.
Así que la familia creó un nuevo grupo de presión, BankFWD. Su objetivo:
Movilizar a los clientes bancarios influyentes para que presionen a sus bancos para que adopten el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento global a 1.5 ºC.
A falta de una acción gubernamental agresiva, dicen, limitar el acceso a la financiación es la mejor manera de obligar a las empresas de recursos a adoptar soluciones más ecológicas.
Entretanto, el petróleo, el gas y el carbón también están sufriendo un duro golpe en lo que respecta a las inversiones. En los 10 primeros meses de 2020, el sector energético del índice S&P 500 se desplomó un 52.5%.
Ese no fue sólo el peor rendimiento de Wall Street el año pasado: «Fue de lejos el peor de cualquier sector en la historia», señaló Jason Goepfert, de Sundial Capital Research, con sede en Minnesota. «Supera las pérdidas relativas de las tecnológicas tras el estallido de la burbuja de Internet y la devastación de las financieras tras la crisis financiera de 2008».
En noviembre, el índice energético recuperó gran parte de ese terreno perdido al subir un 30%, gracias a la creciente fe de los inversores en las próximas vacunas COVID-19. Aun así, el sector energético representa ahora menos del 3% del valor global del S&P 500, frente al 12% de hace una década.