Cada vez más botellas abandonan los corchos para usar tapas de rosca, pero, ¿hay alguna diferencia de sabor entre estos métodos? Te lo decimos.
Hay paradigmas y tradiciones de las que es difícil despedirse. En el mundo del vino, el cambiar de tapa de corcho a tapa de rosca es una decisión controvertida que muchas veces está motivada más por la costumbre que por los hechos.
Esto se debe en parte a que descorchar una botella es ya parte del ritual mismo de degustar un vino: uno se lleva el corcho a la nariz para apreciar los aromas y tonalidades de la cosecha.
Después de todo, los corchos han estado presentes desde el siglo XVII, cuando el fabricante de champaña Dom Perignon comenzó a utilizarlos. Sin embargo, una vez que se coloca el corcho en la botella tendrá un olor húmedo y genera un sabor desagradable en un 5% de los vinos.
Sin embargo, muchos productores están inclinándose por la tapa de rosca. En países como Australia, por ejemplo, que vive un boom de la industria, la mayoría de las botellas utilizan este método de sellado.
Sin embargo, en otros territorios como Francia y México la tapa de rosca es mal vista, percibida como evidencia de poca calidad en el producto.
Pero la percepción cambia poco a poco a medida que otros países como Estados Unidos, Nueva Zelandia, Sudáfrica y Canadá comienzan a experimentar con esa opción. Incluso en España algunas casas Ribera del Duero están modernizándose.
También existe la alternativa del corcho sintético, pero éste no puede detener la oxidación del vino, por lo que el tiempo de vida de la bebida es menor.
¿Hay alguna diferencia entre las dos opciones? Sí la hay, y las roscas tiene las de ganar.
Para empezar, el corcho tiene un gran efecto ecológico, pues se necesitan árboles de alcornoque (Quercus suber) suficientes para satisfacer la demanda.
Las tapas de rosca representan, de hecho, la mejor opción de sellado ya que eliminan el sabor a corcho y el problema de oxidación. Además, permiten que entre mucho menos oxígeno en comparación a los corchos naturales o sintéticos.
La cuestión es mucho más cultural que lógica, ¿estás dispuesto a hacer el cambio?
Fuente: Alto Nivel