MI ACTIVISMO CULTURAL, POLÍTICO Y ESPIRITUAL SE BASA en el amor por la naturaleza y el deliete por los seres humanos. Cuando las personas están en paz, felices y plenas, es cuando pueden cumpli con mis expectativs -edoístas, no hay duda- de que serán generosas, alegres e, incluso, representarán una experiencia entretenida para mí. Creo que la gente existe para disfrutarla, del mismo modo que una hermosa y tranquila vista, que el océano o las nubes a la deriva, o como si fueran el equivalente humano de melones, mangos o cualquier otro tipo de fruta atractiva y seductora.
Cuando estoy ante la presencia de otro ser humano, quiero deleitarme con toda su creatividad e intelecto, con su calidaz social deshinibisa. Quiero que su brillo humano me ilumine. No quiero temer que la guerra, el hambre o la mutilación del cuerpo roben, tanto placer por la gente, como su propio brillo. Todo lo que seseo que la gente sea para mí, deseo serlo para ella.
Toda mi vida adulta he sido activista, aunque algunas veces me he sentido avergonzada de llamarme así. Durante los años sesenta, a muchos de nosotros nos molestaba la noción de que nuestras tareas eran insignificantes, debido a la magnitud de la tarea que enfrentábamos: desmantelar el apartheid estadounidense. Existía la realidad aparente de que sólo aquellos que estaban comprometidos más directamente con la confrontación de la gente, eran los que sufrían más. Los más revolucionarios generalmente terminaban golpeados fuertemente, en prisión o muertos; asesinados frente a sus hijos, golpeados en carros o en las iglesias, perseguidos por borrachos racistas, violados y aventados al río.
En Mississippi, donde viví entre 1967 y 1974, la gente que retaba al sistema enfrentaba amenazas y problemas todos los días, e incluso la muerte. Bajo este contexto, algunas veces sentí vergüenza de que mis contribuciones, durante esos momentos, no fueran más radicales.
Enseñaba en dos escuelas locales paranegros, escribí acerca del movimiento e hice unos pequeños folletos que se utilizaban para enseñar a los maestros de los niños qu trabajan en Head Star. Y, obviamente, estaba casada con una persona de otra raza, lo cual era ilegal. Tal vez fue en Mississippi, durante esos años, que compendí cómo para el espíritu las noticias diarias se convierten en desastres, en ataques aturdidores. Sin embargo el activismo propio, por modesto que sea, pelea contra esta marea de muerte, proporcionado al menos la posibilidad de generar un tipo direfente de noticias. Noticias que refuerzan, en lugar de derrotar.
Siempre hay un momento, en todo tipo de lucha, cuando uno se siente en pleno florecimiento, con vida. En esos momentos, le pueden soplar hasta hacerlo pedacitos y uno puede segguir en paz. Martín Luther King Jr. en la cima de la montaña; Gandhi mueriendo con el nombre de Dios en sus labios; Sojourner Truth descubriendo sus pechis en la convención de 1851 a favor de los derechos de las mujeres; Harriet Tubman mostrando su revólver a algunos de los esclavos que había liberado, quienes, temiendo a aun libertad desconocia, querían regresar a su antigua esclavitud, poniendo en peligro la libertad de todos. Ser una persona así o sr testigo de una persona en los momentos de esta presencia trascendental, ayuda a entender que lo que es humano está ligado, mediante una comparación oseada, a lo que es divino. Durante los años que estuve cerca de la gente comprometida con el cambio del mundo, vi el miedo convertirse en valor, el dolor en alegría, los funerales en celebraciones. Puesto que sin importar las consecuencias, la gente expresa lo que realmente es cuando se mantiene unida y cree en el amor del mundo y en que cada uno es suficiente para lograr el cambio, lo cual es fundamento del activismo.
Conforme hemos visto caer a nuestor héroes con el pasar de los años, según creo, se ha convertido en un sentimiento común que nuestro granito de arena para el activismo. el cual no parece estar a al altura de las ásperas piedras del heroísmo que tandto hemos admirado, es una ofrenda mezquina a favor de la construcción de un edificio de esperanza. Muchos de los que creyeron esto, decidieron parar sus ofrendas debido a la vergüenza.
Esta es la tragedia del mundo.
No podemos hacer nada sustancial para cambiar nuestro curso en el planeta, un cuso destructivo, sin animarnos individuo por individuo y poder nuestras pequeñas a imperfectas piedras en la pila.
A este respecto, tengo una historia que contar.
A emediados de los años sesenta, durante una campaña para registrar votantes en el sur de Georgia, mi compañera escrutinadora, Beverly, una joven negra, fue arrestada debido al cargo de supuesta violación de paso. Esta medida era para intimidarla, para mostrarle su lugar y aterrar a su familia. Los que temíamos por su seguridad llevamos a cabo una vigilia afuera de la cárcel durante la noche.
Recuerdo la cruda vulnerabilidad. Sentí cómo los policías de la guardia civil de estado, cada uno de tres veces mi tamaño o el de Beverly, se acomodaron dentro y fuera del edificio como amenazándonos. La sensación de solidaridad con Beverly y con nuestros amigos era intensa, aunque también lo era mi sensación de estar sola, pues ni mis padres sabían donde estaba. Éramos negros y jóvenes, y sabíamos que nadie en Estados Unidos, del lado blanco, prestaba la más minima atención a las muertes. En parte, esta fue la razón por la que a veces nos ofendíamos por la presencia de personas de raza blanca, quienes se unían y se arriesgaban con nosotros. Yo era de aquéllas cuyo resentimiento aparecía rápidamente.
Me ofendí particlarmente por el güero Paul, de Minnesota, cuya aparencia aria significaba, cuando no estaba con nosotros, libertad y casi adoración en el Sr debido a la obsesión por la raza. Desde el día en que los conocí, lo traté con frialdad; ciertamente, no lo invitamos a nuestra vigilia. Sin embargo, justo en el momento en que me sentía descorazonada, ecuché a laguien que venía silbando por la calle en nuestra dirección. Un momento después, Paul aparecio; sin dejar de silbar un espiritual que sonaba etraño, incluso cómico, clamadamente tomó su lugar a nuestro lado. Se ofreció a la vigilia sin que nadie se lo pidiera, dado que sabía que su prsencia nódica era una medida de seguridad para nosotros. Esto ha permanecido n mi mente a lo largo del tiempo, como un momento de luz.
Como poetisa y escritora, solía pensar que ser una activista y escribir acerca de ello me degradaba al nivel mero de un periodista. Ahora sé que, al igual que en el caso de los mejores periodistas, el activismo es mi musa.
Es orgánico, está fundamentado en el amor de mi madre por la belleza, por el jardín bien cuidado y el patio trasero barrido cuidadosamente, por su satisfacción de saber que todos en su entorno tenían refugio y alimento; en la insistencia de mi padre, incluso como un pobre hombre negro fácilmente ddesaparecía de cualquier actividad política, repecto de que la gente negra merecía votar y los niños negros merecían escuelas decentes.
Todo lo que tenemos, por lo menos durante el corto tiempo con que contamos, es nuestra vida. Con ella escribimos lo que llegamos a conocer del mundo.
Creo que la tierra es buena. Que la gente atormentada por parte de las circunstancias o del destino, es buena.
No creo que la gente es por naturaleza mi enemiga, ni que los animales o la naturaleza lo sean, incluyendo las serpientes y las ratas. Cada vez que experimento la maldad, e infortunadamente no es raro experimentarla en estos tiempos, mi mñas profundo sentimiento es la desilusión.
He aprendido a aceptar el hecho de que nos arriesgamos a la desilusión, al desengaño e incluso a la desesperanza cada vez que actuamos. Cada vez decidimos creer que el mundo puede ser mejor. Cada vez decidimos confiar en que los demás son tan nobles como creemos. Y cuando creemos que debe haber años en que nuestra aflicción es igual o incluso mayor a nuestra esperanza. Sin embargo, la alternativa de no actuar y perderme de tratar a la gente en sus mejores momentos, cuando alcanza su totalidad, nunca ha llamado mi atención.
He aprendido otras cosas: una es la inutilidad de esperar que alguien, incluso uno mismo, sea perfecto.
La gente que va buscando cambiar el mundo, disminuir el sufrimiento, demostrar cualquier tipo de luz, es tan imperfecta como cualquier otra e, incluso en algunas ocasiones, peor. Sin embargo, pienso que es la conciencia de tener defectos y el conocimiento de saber que esto es lo que nos une con los demás en la tierra, lo que nos abre al valor y a la compasión. Muchas veces me pasa que aquellos que amo tienen defectos. Pueden haber dicho o hecho algunas de las cosas importantes que he sentido, leído o temido. Sin embargo, su lucha con lo imperfecto es sorprendentemente encantadora y el que sigan adelante por cualquier medio es lo que forma parte de la estimación que siento por ellos.
Algunas veces nuestras piedras están, para nosotros, deformadas, pequeñas; parece que su color se borró. Su canto es, como el silbido de Paul, cómico o extraño. Ante ellas nos damos cuenta de nuestra desnudez imperfecta, pero también y paradójicamente, de la totalidad y exactitud de ésta. En la vulnerabilidad colectiva de estar presentes, aprendemos a no temer.
Obtenido del Libro: Arquitectos de la Paz
Publicado por: Michael Collopy, durante este año