ESTOY PARADO FRENTE A MIS ALUMNOS DE ARTES MARCIALES, parezco infeliz y disgustado. Cada uno se pregunta quién es el que está fuera de su lugar o en la posición incorrecta.
Esto es arte de mi actuación. Pero empiezo la clase y me pierdo enseñando. Trato de darles magia a las vidas de estos niños, darles una sensación de agrado y de estupefacción. Puedo sentir que los alumnos se pierden y sólo se concentran en mí. Finalmente son míos, los tengo sólo para mí, logro que quiten todas las cosas malas de sus mentes: el examen que reprobaron, el papá que no vendrá a verlos, la cena que no estará cuando regresen a casa.
Hago que las saquen por medio de la fuerza de voluntad y de la magia.
Este es mi momento y conozco todos los secretos. Alzo la voz, grito, vuelo por el aire con la grandeza de la tranquilidad. Tomo a mis alumnos que son cinta negra y los dejo caer sobre el suelo, del cual se levantan como si fueran esos muñecos con base de plomo, pues no pueden quedarse en el suelo. Los echo al aire si fueran plumas y aterrizan y giran y se levantan sanos y salvos y sin miedo. Los nuevos alumnos no pueden creer lo que ven sus ojos, por lo que empiezan a creer en la magia otra vez.
Para el momento en que termina la clase, sus ojos están más abiertos de asombro y de respeto y me miran diferente. Los alíneo y platico con ellos. Les hablo acerca de los valores, de la violencia, de la esperanza. Trato de construir en cada uno de ellos un recipiente de fuerza con el que pueden contar cada vez que enfrenten las innumerables, grandes y pequeñas tribulaciones que los niños pobres enfrentan todos los días. Y trato de convencerlos con la idea de que yo conozco el verdadero valor de cada uno, su mérito como seres humanos, el regalo especial que Dios les dio. Y espero que estarán para la siguiente clase y que quede algo en sus recipientes de fuerza para que yo pueda agregar algo semana tras semana. De ese recipiente obtendrán la fuerza para resistir las drogas, las armas y la violencia.
Mis dos cintas negras caminan conmigo después de la clase y me acompañan hasta que consigo un taxi. Les digo que no necesario, pero están ahí para asegurarse de que llegue bien a casa. ¡Qué mundo! Tan peligroso que unos niños sienten que un negro, cinta negra de tercera categoría, necesita una escolta para regresar a casa a salvo.
Lo triste es que, con todas las armas y las drogas que existen en esta comunidad, saben que yo no estoy más a salvo que ningún otro.
Esta comunidad, como muchas otras en el país, no es segura para los niños, por lo que en general por la noche caminan a casa llenos de miedo y aprensión. Sin embargo, cuando camino con ellos después de clase, están despreocupados, como deben ser los niños. No temen; creen que si algo les pasa, estarán bien pues yo estoy con ellos. Volaré por el aire con mi mágico karate y despacharé cualquier mal que los amenace. Cuando estoy viendo entrar en sus edificios, creen lo que los niños suelen creer; que existen adultos que los pueden proteger.
Por tal razón, me ven más grande de lo que soy, como Superman o Batman, y yo se los dejo creer incluso si el más grande de mis cintas negras y yo sabemos que es lo contrario. Los niños necesitan tener héroes en un mundo frío y duro. Los héroes les dan esperanza, no tendrán futuro. Por lo que yo soy su héroe aunque tenga recurrir a trucos y teatro.
Si pudiera hacer que los mayores, los gobernadores y el presidente, miraran a los ojos de los niños de cinco años de esta nación, vestidos en ropas raídas con cierres que no funcionan pero con sueños que aún están con vida, sabrían lo que yo sé: que los niños necesitan personas que luchen por ellos. Necesitan personas que estén con ellos en las calles que son peligrosas, en los callejones más sucios y durante las horas más tardías. Como país, hemos estado en buena disposición para ayudar a los más débiles cuando se ha necesitado. La gente que permitirá que esto suceda debe ser gente con educación, gente que esté a favor de los cambios.
Si queremos salvar a nuestros niños, entonces debemos convertirnos en las personas que buscarán. Hoy más que nunca, los niños necesitan héroes puesto que los niños pobres del país viven, todos los días, con monstruos.
Monstruos que los privan de calefacción durante el invierno, que los privan de calefacción durante el invierno, que no arreglan los lavabos y sanitarios, que dejan que la basura se apile en los callejones, que los corren de sus hogares, que los golpean, les disparan, los apuñalan a veces de muerte, los violan en cuerpo y alma. En ocasiones se esconden bajo las escaleras, otras se escabullen en la oscuridad, por las paredes se les escucha retorciéndose de hambre, llorando, a veces mordiéndose un dedito.
Les hemos fallado a nuestros hijos. Viven en un mundo donde el peligro acecha a su alrededor, sus áreas de juego están llenas de vidrios rotos, de frascos quebrados y, de repente, de muerte. Y lo que era nuestra pesadilla es la realidad de los niños de hoy en día. Los monstruos están ahí afuera, atacando niños con cifras récord. Por eso debemos estar ahí, de pie, y ser héroes visibles que luchemos por nuestros niños. Quiero que la gente entienda la crisis que nuestros niños enfrentan y quiero que haga algo.
Obtenido del Libro: Arquitectos de la Paz
Publicado por: Michael Collopy, durante este año