MIS ESFUERZOS POR FOTALECER A LOS POBRES DEL TERCER mundo empezaron, de manera suficientemente adecuada, con un movimiento de independencia; la independencia de Bangladesh. En 1971, mi tierra enfrentó una guerra, derramamiento de sangre y una tremena miseria. Durante la guerra, yo estaba trabajando como maestro en Estados Unidos. Después de nueve meses de lucha, Bangladesh logró su independecia y yo regresé pensando que me uniría a la gente en el proceso de reconstrucción y que ayudaría a crear la nación de mis sueños. Sin embargo, conforme pasaron los días, la situación en Bangladesh no mejoró. Empezó a caer rápidamente y terminamos con una hambruna para finales de 1974.
En este tiempo, yo enseñaba en la Universidad de Chittagong, en las afueras de la ciudad de Chittagong, en Bangladesh, y me sentía terrible. Ahí, en el salón de clases, impartía la clase de economía con todo el entusiasmo de un recién graduado de doctorado en una universidad estadounidense. Sentía que conocía todo, que tenía todas las soluciones. Sin embago, salía del salón y veía esqueletos a mi alrededor, gente que estaba esperando morir. Existen muchas, muchas maneras de morir, pero ninguna más cruel que la de morir de hambre; es una muerte que vemos a unas cuantas pulgadas y nos sentimos inútiles porque no podemos encontrar un modo para darle a esa gente comida para que la ponga en su boca. Y el mundo sigue su paso.
No podía con esta tragedia todos los días. Me hizo darme cuenta de que cualquier cosa que hubiera aprendido, que cualquier cosa que estuviera enseñado, eran sólo creencias, no tenían sentido para la vida de la gente. Así que empecé a tratar de entender por qué la gente del pueblo cercano a la universidad estaba muriendo de hambre. ¿Había algo que, como ser humano, pudiera hacer para retrasar el proceso, para detenerlo, por lo menos en el caso de una sola persona?
Fui al pueblo y hablé con sus habitantes; muy pronto, toda mi arrogancia académica desapareció. Me di cuenta de que como académico no podía resolver los problemas mundiales, ni siquiera los nacionales.
Decidí abandonar mi visión del mundo desde las alturas, la cual me pemitía ver los problemas desde arriba, desde mi torre de marfíl, en el cielo. En su lugar, asumí la visión de lombriz y traté de probar todo lo que se aparecía delante de mi, de olerlo, tocarlo, ver si podía hacer algo para mejorarlo. Traté de involucrarme en cualquier tarea y aprendí muchas cosas en mis viajes.
Sin embargo, fue un pequeño incidente el que me puso en la dirección correcta. Conocí a una mujer que estaba haciendo taburetes de bambú. Después de una larga conversación, descubrí que sus ganacías eran, en promedio, dos centavos de dólar por día. No podía creer que alguien trabajara tan duro, creara taburetes de bambú tan bellos y obtuviera tan poco dinero. Me explicó que no tenía dinero para comprar el bambú, entonces lo obtenía a préstamo del comerciante quien requería que ella vendiera el bambú al precio que a él le convenía. Estaba virtualmente ligada a esta persona para trabajar ¿Y cuánto costaba el bambú? Ella dijo que costaba alrededor de veinte centavos, pero si era de buena calidad, veinticinco. Me dije: «Dios mío, la gente sufre por veinte centavos, ¿qué no hay nada que pueda hacer?»
Pensando en lo mismo, me preguntaba si sólo debía darle los veinte centavos. Sin embaro, se me ourrió una idea mejor; podía hacer una lista con toda la gente del pueblo que necesitara dinero para autoemplearse. Al cabo de unos días de estar viajando, uno de mis alumnos y yo teníamos una lista con algo así como 42 personas. Cuando sumamos la cantidad total de dólares que necesitaban, experimenté la conmoción más grande de mi vida: ¡eran solamente veintiseis dólares! Sentí vergüenza de ser miembro de una sociedad que no podía proporcionar veitisiete dólares a 42 peronas muy trabajadoras y bien calificadas. Con el fin de escapar de la vergüenza, tomé los veintisiete dólares de mi cartera, se los di a mi alumno y le dije: «Toma este dinero, dáselo a las personas que conocimos y diles que es un préstamo que tendrán que pagar cuando puedan. Mientras tanto, pueden vender sus productos cada vez que obtengan un buen precio.»
Los habitantes del pueblo estaban algo emocionados por recibir dinero, ya que tal cosa no les había sucedido nunca antes. Dada la emoción que vi, me pregunté qué más podía hacer para ayudarles. ¿Debía continuar dándoles el dinero o debía buscar el modo de que aseguraran sus propios fondos? Pensé en el banco que se encontraba en la universidad. En una reunión con el gerente, sugerí que su banco prestara dinero a las 42 personas que había conocido.
El gerente me dijo: «¡Usted está loco! ¡Es imposible! ¿Cómo le puede prestar dinero a los pobres? No son dignos de un crédito…»
Se ha capacitado a los banqueros para que crean que los pobres no son capaces de administrar negocios lucrativos. Sus mentes estaban ciegas a los resultados que se han mostrado. Afortunadamente, mi mente no estaba capacitada de esa manera.
Finalmente, pensé: ¿Por qué estoy tratando de converncerlos? Yo estoy convencido de que la gente pobre puede obtener préstamos para desarrollar su negocio y pagarlos. Entonces, ¿por qué no establecer mi propio banco? Escribí mi propuesta y pedí permiso al gobierno; me tomó dos años convencerlos.
Finalmente, en 1983, se abrió el banco Grameen, una institución financiera independiente y formal. La fundé como una alternativa al sistema bancario, el cual encontrabaa que estaba tanto en sontra de los pobres como de las mujeres.
Conociendo este prejuicio, quería que la mitad de los prestatarios del banco Grameen fueran mujeres. Sin embargo, no fue sencillo hacer que las mujeres de Bangladesh se unieran al banco. Un hombre ni siquiera puede dirigirse a una mujer de su pueblo. La respuesta más común que escuchaba era: «No yo no necesito dinero. Déselo a mi esposo.» Les decíamos que entedíamos que sus esposos podían tomar el dinero, pero que queríamos dar el dinero a las mujeres por si tenían una idea de negocio. A lo cual respondían: «No, yo no tengo ninguna idea» Esta situación se repetía de pueblo en pueblo, de mujer en mujer. Fue una larga labor de convencimiento para que una mujer pudiera creer que ella, por sí mima, podía utilizar un crédito para generar sus propios ingresos.
Todo lo que necesitabamos era paciencia. Sugerimos a las mujeres que pidieran préstamos en grupos de cinco; una vez que convencimos a la primer mujer, la mitad de nuestro trabajo estaba hecho, ya que ella era el ejemplo que convencería a sus amigas y luego a las familias de sus amigas y así sucesivamente.
Muchas mujeres no podían creer que alguien confiara tanto en ellas como para prestarles tales cantidades de dinero. Con lagrimas en los ojos, prometían que trabajarían muy duro y pagarían cada centavo del préstamo. Y así lo hicieron. Grameen pide pequeños pagos semanales; al cabo de un año, los préstamos están liquidados y con intereses.
Para el momento en que los préstamos se liquidan, las mujeres son totalmente diferentes. Se han explorado a sí mismas, se han encontrado a sí mismas. Hay quien les han dicho que no son buenas, pero una vez que pagan el préstamo, las mujeres sienten que pueden cuidarse a sí mismas y que se pueden encargar de sus familias.
Nos dimos cuenta de que suceden muchas cosas buenas en las familias donde las mujeres, en lugar de los hombres, son las prestatarias. Por lo que nos enfocamos más y más en las mujeres para que no fueran sólo el cincuenta por ciento. Hoy en día, el Banco Garmeen trabaja en 36 mil pueblos en todo Bangladesh, cuenta con 2.1 millones de prestatarios -94 por ciento son mujeres- y emplea a doce mil personas. Hace cuatro años, celebramos los primeros mil millones de dólares en préstamo del banco, puesto que un banco que empieza sus operaciones prestando veinte dólares a 42 personas y recorre todo el camino para llegar a mil millones de dólares en préstamos, es causa de celebración. Estamos orgullosos de haberles demostrado a todos los funcionarios bancarios que estaban equivocados.
Volví a visitar a los funcionarios, quienes son ahora mis colegas bancarios que estaban equivocados.
Volví a visitar a los funcionarios, quienes son ahora mis colegas bancarios, y los amonesté: «Ustedes dijeron que los pobres no eran dignos de préstamos. Sin embargo, durante veinte años han mostrado quién no. La gente rica de Bangladesh es la que no ha pagado sus préstamos porque fueron los ricos quienes se les otorgaron.
En el caso del Banco Grameen, los pobres son los que están pagando.» Desde que iniciamos operaciones, nuestra tasa de recuperación es de más del 98 por ciento. Entonces, mi pregunta es la siguiente: ¿Valen la pena los bancos populares?
Los expertos decían que debía existir alguna trampa, que no podía estar reportando las cifras correctas, que estoy escondiendo cosas. Sin embargo, cuando se llevaron a cabo auditorías a nuestros registros, se encontraron las mismas cifras. Los expertos llegaron con gran hostilidad y se fueron llevándose una gran admiración por nuestro banco.
De acuerdo con el Banco Mundial, un tercio de nuestros prestatarios ya se encuentran por encima de la línea de la pobreza, mientras que otro tercio logrará esa posición de meses o de un par de años; el tercio restante se encuentra en diferentes niveles de pobreza. Si se puede administrar un banco propio, prestar dinero, recuperar el dinero, cubrir todos los gastos, tener una ganancia y sacar a la gente de la pobreza, pregunto yo: ¿Qué más se quiere?
¿La gente pobre es digna de confianza para recibir un préstamo? ¿Acaso importa? Sigo pensando que lo pobres no crearon la pobreza, sino que es una creación de las instituciones que hemos construido a nuestro alrededor. Debemos regresar al tablero de dibujo para rediseñar estas instituciones a fin de que no discriminen a los pobres como lo hacen hoy en día. Hemos escuchado acerca del apartheid y nos sentimos terrible por ellos; sin embargo, no parecemos sentir nada por el apartheid que practican las instituciones financieras.
¿Por qué un banco simplemente rechaza algunos emprendedores potenciales pues se cree que no son dignos de recibir un préstamo? Con base en las pruebas, la verdad es exactamente lo opuesto.
La responsabilidad de todas las sociedades es asegurar la dignidad humana para cada uno de sus miembros; sin embargo, no hemos hecho un muy buen trabajo.
Hablamos de derechos humanos, pero no relacionamos los derechos humanos con la probreza. La pobreza es la negación de los derechos humanos pero no sólo eso: veamos todos los modos en que la sociedad niega los derechos humanos y esparce la pobreza.
Hoy en día, programas tipo Grameen se están desarrollando en todo el mundo. Según sé, en 56 países, incluyendo a Esados Unidos. Sin embargo, el esfuerzo no cuenta con el ímpetu que necesita. Existen 1,300 millones de personas en este planeta que ganan el equivalente a un dólar americano o menos al día, que sufren de pobreza extrema. Si creamos las instituciones capaces de proporcionar créditos empresariales a los pobres para que se autoempleen, se obtendrá el mismo éxito que se ha visto en Bangladesh mediante el Banco Grameen. No veo ninguna razón por la cual alguien deba ser pobre en el mundo.
Obtenido del Libro: Arquitectos de la Paz
Publicado por: Michael Collopy, durante este año
La persona que transcribió este artículo TAN BUENO Y TAN INTERESANTE que por favor ponga más cuidado al momento de la transcripción. Hay por lo menos 100 errores!
Saludos y gracias,