CON EL AMANECER DEL NUEVO MILENIO, QUISIÉRAMOS proponer, una vez más, el, mensaje de esperanza que proviene del pesebre de Belén: Dios ama a todos los hombres y mujeres en la tierra y les da esperanza de una nueva era, una era de paz. Su amor, revelado completamente en la encarnación del Hijo, es la fundación de la paz universal. cuando es bienvenido en lo más profundo del corazón humano, este amor reconcilia a la gente con Dios y con ellos mismos, renueva las relaciones humanas y despierta el deseo por la hermandad capaz de disipar la tentación de la violencia y de la guerra.
A todos les afirmo que la paz es posible. Se tiene que implorar a Dios, pues es su regalo; sin embargo, también necesita construirse día a día con su ayuda, mediante obras de justicia y de amor.
Ciertamente son muchos y complejos los problemas que el camino de paz sea difícil y generalmente desalentador; sin embargo, la paz es una necesidad enraizada profundamente en el corazón de cada hombre y cada mujer. Por lo tanto, no se debe permitir que se debilite la voluntad de la búsqueda de la paz. Esta búsqueda se debe basar en la conciencia de la humanidad, la cual, pese a que está herida por el pecado, el odio y la violencia, recibe el llamado de Dios para ser una sola familia. Se debe reconocer y llevar a cabo este plan divino mediante la búsqueda de relaciones armoniosas entre los individuos y los pueblos, en una cultura donde se comparta con todos la apertura a lo trascendental, el ascenso del ser humano y el respeto por la naturaleza.
El siglo que estamos dejando atrás ha sufrido severamente de secuencias horribles e interminables de guerras, conflictos, genocidios y limpiezas étnicas, las cuales han causado un sufrimiento inenarrable: millones y millones de víctimas, familias y países destruidos y océanos de refugiados, miseria, hambre, enfermedades, subdesarrollo y la inmensa pérdida de recursos. En la raíz de tanto sufrimiento, reside la lógica de la supremacía alimentada por el deseo de dominar y explotar a los demás, por ideologías de poder o utopías totalitarias, por nacionalismos enloquecidos o por antiguos odios tríbales.
Se ha tenido que ejercer oposición con resistencia armada a la violencia que por momentos es sistemática y brutal, cuyo objetivo es la exterminación completa o la esclavitud de regiones y pueblos enteros.
El siglo XX nos deja por encima de todo una advertencia: las guerras causan más guerras porque son el combustible de oídos profundos, crean situaciones de injusticia y pisotean la dignidad y los derechos de los pueblos. Por lo tanto, ademas de causar daños horrendos, prueban ser totalmente ineficaces. La guerra es una derrota para la humanidad. Sólo mediante la paz se puede garantizar el respeto a la dignidad humana y a los derechos inalienables.
“¡Paz en la tierra a los hombres que el Señor ama!” Ek Evangelio inspira a una sincera profunda pregunta: ¿Será el nuevo siglo uno de paz y de hermandad renovada entre los individuos y los pueblos? Por supuesto que no podemos anticipar el futuro, sin embargo podemos establecer un principio cierto: sólo habrá paz en tanto la humanidad, como un todo, redescubra el llamado fundamental para ser una sola familia. Una familia en la cual se acepten la dignidad y los derechos de los individuos como condición suprema y prioritaria, por encima de cualquier diferencia o distinción, sea cual sea su estatus, raza o religión.
Este reconocimiento puede darle al mundo de hoy marcado por la globalización -un espíritu, un significado y una dirección. La globalización, pese a todos sus riesgos, ofrece también posibilidades prometedoras, precisamente con miras a que la humanidad sea capaz de convertirse en una sola familia, construida sobre los valores de la justicia, igualdad y solidaridad.
Para que esto suceda, se necesitará cambiar completamente la perspectiva: no se trata más de que prevalezca el bienestar de una comunidad política, racial o cultural, sino el bienestar de la humanidad como un todo.
La búsqueda del bienestar de una sola comunidad política no puede estar en conflicto con el bienestar común de la humanidad, expresado en el reconocimiento y respeto de los derechos humanos aprobados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Entonces, es necesario abandonar las ideas y las prácticas- que suelen basarse en intereses económicos poderosos suelen basarse en intereses económicos poderosos,- las divisiones y distinciones políticas, culturales e institucionales mediante las cuales se ordena y se organiza la humanidad cómo legítima, ya que no son compatibles con la membresía de una familia humana única, con sus requisitos éticos y legales.
Este principio tiene una consecuencia inmensamente importante; una ofensa contra los derechos humanos es una ofensa contra la humanidad en sí. Por lo tanto, la obligación de proteger estos derechos se extiende más allá de las fronteras geográficas y políticas de donde se violan.
Los crímenes contra la humanidad no se pueden considerar como asuntos internos de una nación. Aquí se dio un paso hacia adelante con el establecimiento de la Corte Internacional para atender tales crímenes, sin importar el lugar o las circunstancias bajo las cuales se cometieron.
Debemos agradecer a Dios que en la conciencia de los pueblos y de las naciones está creciendo la convicción de que los derechos humanos no tienen fronteras, porque son universales e indivisibles.
DEL PROBLEMA DE LA GUERRA, NUESTRA MIRADA SE torna hacia otro asunto muy relacionado: la cuestión de la solidaridad. La tarea exigente y encumbrada de la paz, enraizada profundamente en la vocación de la humanidad de ser una familia y reconocerse como tal, tiene sus fundamentos en el principio universal del destino de los recursos de la tierra. Este principio no debe hacer ilegal la propiedad privada; por el contrario, amplía el entendimiento y la administración de la propiedad privada para aceptar su función social indispensable, para avanzar hacia el bienestar común y el bienestar en particular de los miembros más débiles de la sociedad. Infortunadamente, como lo muestra la brecha creciente en el mundo entre el Norte lleno de comodidades y recursos abundantes, cuya población adulta se va incrementando, y el Sur donde la gran mayoría de jóvenes continúa desprovista de prospectos verosímiles de desarrollo social, cultural y económico.
Nadie debería engañarse con la simple ausencia de la guerra; aunque sea lo deseable, no es equivalente a la paz duradera. No existe verdadera paz sin imparcialidad, justicia y solidaridad. El fracaso está a la espera de cada plan que separe dos derechos indivisibles e interdependientes: el derecho a la paz y el derecho a un desarrollo integral nacido de la solidaridad. “L a injusticia, las excesivas desigualdades económicas y sociales, la envidia, la falta de confianza y el orgullo feroz entre los hombres y las naciones, amenazan constantemente la paz y causan guerras. cualquier cosa que se lleve a cabo para superar estos problemas contribuye a la construcción de la paz y a evitar la guerra.”
Al inicio de un nuevo siglo, el factor que desafía más nuestra conciencia humana y cristiana es la pobreza de millones de hombres y mujeres. esta situación se convierte en la más trágica cuando nos damos cuenta de que los mayores problemas económicos de nuestra época no dependen de la falta de recursos, sino del hecho de que las estructuras económicas, sociales y culturales están mal diseñadas para satisfacer las demandas del genuino desarrollo.
Entonces el pobre, tanto en países en desarrollo como en los países prósperos y ricos, “pide el derecho de compartir para disfrutar los bienes materiales y hacer buen uso de sus capacidades laborales; por lo tanto, se crea un mundo que es más justo y próspero para todos. el avance del pobre constituye una gran oportunidad para el crecimiento moral, cultural e incluso económico de toda la humanidad. “Veamos a los pobres, no como un problema, sino como la gente que se puede convertir en los principales constructores de un futuro nuevo y más humano para todos.
Con base en este contexto, también debemos analizar la preocupación por el crecimiento que sintieron muchos economistas y financieros cuando, al considerar los nuevos factores que implica la pobreza, la paz, la ecología y el futuro de las generaciones jóvenes, reflejaron los resultados en términos de mercado, a través de la influencia persuasiva de los intereses monetarios y financieros en la brecha cada vez más ancha la economía y la sociedad, y en los factores similares relacionados con la actividad económica.
Tal vez, sea tiempo de reflexiones nuevas y más profundas en lo tocante a la economía y sus objetivos.
Lo que parece que se necesita urgentemente es una reconciliación del concepto de prosperidad para evitar que se encajone en una angosta perspectiva utilitaria, la cual deja muy poco espacio para valores tales como la solidaridad y el altruismo.
He aquí donde quisiera invitar a los expertos en economía y finanzas, así como a los líderes políticos, a que reconozcan la urgencia de la necesidad de asegurar que las prácticas económicas y las reglas relacionadas con la política tengan como objetivo el bienestar de cada persona en su integridad. Esta no es sólo una demanda de ética, sino también de una economía sólida. La experiencia parece confirmarnos que el éxito de la economía depende cada vez de una valoración genuina de los individuos y sus capacidades, de su participación, de su cada vez mayor conocimiento e información, de una fuerte solidaridad.
Estos son valores que, lejos de ser extraños para la economía y las empresas, ayudan a convertirlas en actividades y ciencias completamente humanas. Una economía que no toma en cuenta la dimensión ética y que no parece buscar el bienestar de la gente, de cada persona como un todo, no puede llamarse economía, entendida con base en el uso racional y constructivo de la riqueza material.
El hecho de que la humanidad, llamada a formar una sola familia, siga trágicamente divida en dos como consecuencia de la pobreza -al principio del siglo XXI existen más de 1,400 millones de personas que viven en situación de pobreza extrema- significa que existe una necesidad urgente de reconsiderar los modelos en los que se basan las políticas de desarrollo.
Con base en esto, los requisitos legítimos para una economía eficiente deben concordar con los requisitos de la participación política y la justicia social, sin caer en los errores ideológicos que se cometieron durante el siglo XX.
En la práctica, esto significa aplicar la solidaridad integral como parte de la red de la interdependencia económica, política y social, la misma que trata de consolidar el proceso actual de globalización.
Estos procesos hacen que se vuelva a pensar en la cooperación internacional en términos de una nueva cultura de solidaridad. Cuando se ve como un modo para esparcir la paz, la cooperación no se puede reducir solamente a ayuda o a asistencia, sobre todo poniendo atención en los beneficios que se recibirán como pago por los recursos que se pusieron a disposición. Por el contrario, debe expresar un compromiso concreto y tangible de solidaridad que haga que los pobres sean los agentes de su propio desarrollo y permita a la mayor cantidad de personas, de acuerdo con sus propias circunstancias económicas y políticas, ejercer la creatividad, características de los seres humanos y de la cual dependen las riquezas de las naciones.
Sobre todo es necesario encontrar soluciones definitivas al problema -que ha persistido durante mucho tiempo- de la deuda internacional de los países pobres, al mismo tiempo que se ponen a disposición los recursos financieros necesarios para luchar contra el hambre, la malnutrición, la enfermedad, el analfabetismo y la destrucción del medio ambiente.
Hoy más que en el pasado, existe una necesidad urgente de fomentar la conciencia de lo valores morales universales para enfrentar los problemas del presente, los cuales están adquiriendo una dimensión mundial cada vez mayor. Hoy en día, existen asuntos que ninguna nación se encuentra en posición de enfrentar sola, tales como promover la paz y los derechos humanos, la conciliación de los conflictos armados tanto dentro como fuera de las fronteras de los estados, la protección de las minorías étnicas y de los inmigrantes, la conservación del medio ambiente, la lucha contra enfermedades terribles, la lucha contra el tráfico de drogas y de armas y contra la corrupción política y económica. Éstos preocupan a toda la comunidad humana; por ende, se deben enfrentar y resolver a través de esfuerzos en común.
Se debe encontrar el modo de hablar de los problemas que se presentan para el futuro de la humanidad en una lengua comprensible y común. La base de tal diálogo es la ley moral universal escrita en el corazón humano. Si se sigue esta gramática del espíritu, la comunidad humana podrá enfrentar los problemas de coexistencia y avanzar hacia el futuro respetando el plan de Dios.
El Encuentro entre la fe y la razón, entre religión y moral, puede propiciar un impulso decisivo hacia el diálogo y la cooperación entre los pueblos, las culturas y las religiones.
Obtenido del Libro: Arquitectos de la Paz
Publicado por: Michael Collopy, durante este año
Que encontremos esta paz en nuestra mayor profundidad, para que cada uno de nuestros actos sea el reflejo de este estado de consciencia.
Que en el establecimiento de nuestras relaciones, tanto con nosotros mismos como con otros seres vivos, desde cada ser humano y hasta el planeta como unidad de vida, tenga el sustento de la Divinidad.
Con la gracia de Dios, que así sea.