Por Javier Visoso
Los pasados desastres naturales ocurridos en 14 estados de la República Mexicana volvieron a detonar el gran sentido de solidaridad del pueblo de México, que siempre ha demostrado su gran corazón para apoyar a quienes pasan por momentos difíciles.
Durante el fin de semana tuve oportunidad de asistir al centro de acopio de la Cruz Roja en la colonia Polanco, de la Ciudad de México, y fue una grata sorpresa ver el compromiso y determinación de jóvenes y mayores, que acudieron para ofrecerse como voluntarios en los procesos de preparación de víveres destinados a la población afectada en los distintos estados.
Fue muy inspirador ver a jóvenes de todas edades que con total convicción llegaron a preguntar qué se requería hacer y cómo podían contribuir con la causa. En la entrada al centro, los organizadores dieron informes de los horarios y del compromiso al que debía apegarse quienes optaran por donar su tiempo y fuerza. La espera promedio fue de dos horas aproximadamente y se requería de un servicio de cuatro horas por voluntario en las instalaciones del centro de acopio.
Lo primero que pasó por mi mente fue que ese filtro generaría las primeras deserciones en la tarea. Debo reconocerlo, fue una visión pesimista de mi parte. Pero para mi sorpresa, no vi a una sola persona que desistiera. Todos registraron sus nombres y sin chistar, se formaron en una fila que rodeaba toda la cuadra.
El tiempo transcurrió, pero no por ello cesó la llegada de grupos nuevos dispuestos a apoyar. Equipos como los scouts, los motociclistas, familias y amigos se reunieron para formar comunidad. Ante el tamaño de la necesidad, las manos organizadoras de la Cruz Roja se vieron rebasadas. Sin embargo, el ánimo no decayó. No hubo una sola queja, por el contrario, los diferentes equipos se organizaron entre sí, separando los alimentos y armando tarimas clasificadas. Unos clasificaron, otros descargaron autos de particulares que llegaron de forma continua con autos y camionetas llenas de víveres, otros más llevaron y trajeron alimentos y utensilios de un sitio a otro, y otros más armaron las despensas. Parecía como si fuere un equipo consolidado, gente que se conociera de mucho tiempo atrás. En cada momento se llegó a acuerdos rápidos y funcionales.
Gran parte de la latería donada contenía mensajes cálidos para los destinatarios. Por mi mente circularon las ideas de lo que podía sentir alguien, en medio de la zona de desastre, que recibía un lata de comida con un mensaje de esa naturaleza. Era imposible evitar que el cuerpo se me estremeciera. El comentario salió a flote y se comentó que se hizo la recomendación de marcar toda la mercancía de este modo para evitar abusos y ventas de lo que tenía una función de ayuda, pero estos mensajes iban más allá de esa simple intención. Leí frases realmente sentidas como “¡Échenle ganas, estamos con ustedes!” “¡Los queremos, son nuestros hermanos!”, “No están solos, todos somos un mismo país”, “Vamos a superarlo juntos”. Leerlos fue un privilegio y sin duda un compendio de buena fe.
Es indescriptible el ambiente de empatía, convicción y anhelo por ayudar que percibí esa tarde. Cada momento fue un ejemplo de lo mucho que se puede hacer y de la fraternidad que caracteriza a México. Toda esta radiografía demuestra que tenemos en los huesos un sentido de nobleza, compromiso con el prójimo y responsabilidad social porque somos voluntarios de corazón. El espíritu o actitud están ahí, los llevamos en los genes, sólo nos falta traducirlos en beneficios sociales que se trabajen en la cotidianeidad. Necesitamos entender ese sentimiento y canalizarlo en el compromiso, la ética, el civismo, el desarrollo comunitario, la lealtad al prójimo y la reputación personal. Necesitamos que nos importe nuestra realidad colectiva no sólo en la tragedia, sino en el día a día.
Traducir esa cualidad en el compromiso por hacer las cosas bien, grandes y pequeñas, importantes y cotidianas, nos llevará a tener un país ordenado, con infraestructura segura, funcional y de gran calidad, en armonía con el ambiente; con gente preparada, con buen nivel educativo y enfocada a la productividad y al desarrollo, a actividades sanas y positivas; a tener administraciones públicas responsables y apegadas a derecho que funjan como una autoridad justa e imparcial en cada entidad. No se trata de describir un mundo ideal inalcanzable, sino la realidad de un mundo funcional, donde cada uno podamos construir la vida de nuestra preferencia, pero siempre enfocada al bienestar común. El orgullo que sentimos por México siempre estará ahí, porque ese orgullo se alimenta de un palpitar lleno de pasión, entrega y fraternidad, que permite surgir al voluntario innato que habita en nuestro ser.
Francisco Chávez Visoso
Estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación en el Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México. En la Escuela Bancaria y Comercial (EBC) cursó la maestría en Administración y Mercadotecnia. Desde 2008 ha trabajado en actividades de Responsabilidad Social en empresas trasnacionales de origen mexicano. Actualmente labora en Grupo Bimbo desde donde busca aportar un grano de trigo a la mejora y fortalecimiento de la Responsabilidad Social y la Sustentabilidad.
Se me enchina el cuerpo al leer este mensaje; me parece lindo que aparte del donativo en especie, se mande un mensaje de esperanza y fraternidad; a ese voluntario anónimo que seguramente le hizo el día a quien recibió su donativo, lo felicito e invito a que contagie a muchos más a hacerlo!!!
Es muy triste lo que han pasado las comunidades afectadas sin embargo es verdaderamente gratificante darnos cuenta que cuando mas lo necesitamos no estamos solos el pesar y la perdida son mas llevaderas cuando manos amigas nos sostienen. Como puedo pertenecer a su equipo,soy de Baja California Sur y desde mi pequeña empresa trabajo para lograr que las mujeres logren una independencia económica desde sus hogares sin descuidar a su familia, somos un Estado alejado y con problemas de desempleo pero con muchas ganas de trabajar y un alto sentido de la responsabilidad y el bienestar social.