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Y veinte años no son nada…

FORMA Y FONDO CCXXXV

Siempre es interesante recordar los veinte años; en la vida es el umbral del camino a seguir con entusiasmo, energía y juventud; en la literatura seguramente la obra más representativa es la de los famosos mosqueteros: Veinte años después, y en la música, igual el tango Volver, cuando dice que veinte años no es nada, o el inigualable Compay Segundo con Veinte años y el inolvidable José Alfredo Jiménez con a tragedia de igual nombre.

En la Naturaleza, vale la pena recordar una de las Cumbres de la Tierra, la de Río de Janeiro en 1992, que marcó un antes y un después en el tema ecológico. Fue en junio de ese año, en que se habló de los residuos contaminantes derivados de las energías convencionales y la necesidad de fuentes alternativas de energía. Pusieron en el tapete la creciente escasez de agua, la visión del desarrollo sustentable y otras cuestiones que entonces no tenían el impacto actual. Sentaron las bases de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que desembocó en el Protocolo de Kyoto.

La representante de un movimiento ecológico infantil, una niña canadiense de doce años expresó en un sencillo discurso, fuera de toda línea política, que impactó por igual a Tirios y Troyanos, las interrogantes y miedos que continúan en la niñez del mundo ante la contradictoria realidad. Hoy, VEINTE AÑOS DESPUÉS, el panorama no cambia y el daño avanza; los responsables de tomar decisiones siguen haciendo declaraciones y apareciendo en las fotos del recuerdo.

Todo el mensaje sigue vigente, y el concepto lo utilizan muchos oradores para ser aplaudidos. Compartimos con ustedes, amables lectores, algunos párrafos.

“Hola, soy Svern Cullis Suzuki y represento a ECO (Environmental Children’s Organization) Somos un grupo de niños de 12 y 13 años de Canadá intentando lograr un cambio. Nosotros mismos recaudamos el dinero para viajar cinco mil millas, y decirles a ustedes, adultos, que deben cambiar su forma de actuar.

Venimos a luchar por nuestro futuro. Perderlo no es como perder unas elecciones o unos puntos en el mercado de valores. Estoy aquí para hablar en nombre de las futuras generaciones; en defensa de los niños hambrientos del mundo cuyo llanto sigue sin oírse. Por los incontables animales que mueren en este planeta, porque no les queda ningún lugar a donde ir. No podemos soportar no ser oídos.

Tengo miedo de tomar el sol debido a los agujeros en la capa de ozono, miedo de respirar el aire porque no sé qué sustancias químicas hay en él. Dejé de ir a pescar con mi padre, desde que pescamos un pez con tumores. Y ahora oímos que los animales y las plantas se extinguen cada día, y desaparecen para siempre.

He soñado con ver las grandes manadas de animales salvajes, las junglas y bosques repletos de pájaros y mariposas, pero ahora me pregunto si existirán para que mis hijos los vean. Ustedes no se preguntaban esto cuando tenían mi edad.

Todo esto ocurre ante nuestros ojos y seguimos actuando como si tuviéramos todo el tiempo que quisiéramos y todas las soluciones. Soy sólo una niña y no tengo soluciones, pero quiero que se den cuenta: ustedes tampoco las tienen. No saben cómo arreglar los agujeros en la capa de ozono.

No saben cómo devolver los peces a aguas no contaminadas. No saben cómo resucitar un animal muerto. Y no pueden recuperar los bosques que antes crecían donde ahora hay desiertos. Si no saben arreglarlo, por favor dejen de destruirlo. Aquí ustedes son seguramente delegados de gobiernos, gente de negocios, organizadores, reporteros o políticos, pero en realidad son madres y padres, hermanas y hermanos, tías y tíos y todos ustedes son hijos.

Aún soy sólo una niña, pero sé que todos somos parte de una familia formada por cinco mil millones de miembros, treinta millones de especies y todos compartimos el mismo aire, agua y tierra. Las fronteras y los gobiernos nunca cambiarán eso. Sé que todos estamos juntos en esto, y debemos actuar como un único mundo tras un único objetivo.

En mi país derrochamos: compramos y desechamos y aún así, los países ricos no comparten con los necesitados. Incluso teniendo abundancia, tenemos miedo de perder nuestras riquezas si las compartimos. Vivimos una vida privilegiada, con abundante comida, agua y protección. Tenemos relojes, bicicletas, computadoras y televisión.

Hace dos días, aquí en Brasil, nos sorprendimos cuando pasamos algún tiempo con unos niños que viven en la calle. Uno de ellos nos dijo que desearía ser rico para dar a todos los niños de la calle comida, ropa, medicinas, un hogar, amor y afecto.

No puedo dejar de pensar que esos niños tienen mi edad; el lugar donde naces marca una diferencia tremenda. Yo podría ser uno de esos niños que viven en las favelas de Río; podría ser un niño muriéndose de hambre en Somalia; un niño víctima de la guerra en Oriente Medio, o un mendigo en la India.

Aún soy sólo una niña, y sé que si todo el dinero que se gasta en guerras se utilizara para acabar con la pobreza y buscar soluciones medioambientales, la Tierra sería un lugar maravilloso. En la escuela nos enseñan a comportarnos en el mundo. Ustedes nos enseñan a no pelear con otros, a arreglar las cosas, a respetarnos, a enmendar nuestras acciones, a no herir a otras criaturas, a compartir; pero fuera de casa hacen las cosas que nos dicen que no hagamos.

No olviden por qué asisten a estas conferencias: lo hacen porque nosotros somos sus hijos. Están decidiendo el tipo de mundo en el que creceremos. Piensen si estamos en su lista de prioridades. Mi padre siempre dice que soy lo que hago, no lo que digo.

Bueno, lo que ustedes hacen me hace llorar por las noches. Ustedes, adultos, dicen que nos quieren. Los desafío: por favor hagan que sus acciones reflejen sus palabras.
Gracias”

La forma: un mensaje inocente pero profundo y actual, que demuestra que veinte años no son nada.
El fondo: pugnar por la conciencia ambiental y la sustentabilidad, porque: TODOS SOMOS NATURALEZA…
ACACIA FUNDACIÓN AMBIENTAL A. C. [email protected]

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